Gabriel García Márquez dijo una vez que solo le faltaba “el olor de la guayaba madura para poder escribir”. Y podemos decir también que la cocina venezolana no puede vivir sin el aroma del ají dulce, sin el sabor del papelón y sin los amantes que nos sentamos a merecernos en torno a los bordes de la mesa.
Nuestra cocina ha padecido los maleficios de los letrados, los viajeros desprevenidos y de los entusiastas alienados que confían más en los sabores importados y extranjeros que en los que acunaron nuestros agarrones al delantal materno aleteando en las alturas mientras párvulos intentamos nuestros primeros pasos en el cemento pulido de las cocinas.
Muchos son aquellos que niegan nuestra exquisita tradición culinaria. Nuestra por efectos del acaecer a través del tiempo. Nuestra por los sabores que nos entrega. Nuestra por los temblores psicogénicos que nos causan sus inmanentes olores. Aquellos que niegan las características innatas de nuestro abolengo y nuestra rutina culinaria. La historia que se percibe en las recetas elaboradas en base de maíz y yuca, pese a la incorporación de derivados del trigo en la dieta cotidiana que efectivamente viene de ese profundo y doloroso proceso de transculturizacion, al que debemos también la introducción exitosa en la dieta del venezolano de las carnes de vacuno, porcino, aves de corral y sus derivados. Incluso el uso de especias para preservar y adobar alimentos. Pero también se reforzó el papel del ají como condimento de diversas preparaciones y el onoto adquirió importancia en la coloración de comidas, por su efectividad y fácil adquisición.
Hace unos días nos dejamos enamorar en la carretera de Los Robles hacia la Asunción en el Hotel, Spa Restaurante Las Brisas. Ir a un restaurante por primera vez es como ir a una primera cita de amor. Algo de entrega pero también algo de inocencia perdemos cuando amamos. Alejandra Oropeza cheff del Restaurante Las Brisas una docente de profesión que se confiesa amante de la cocina, nos volvió a enamorar. Y lo precisamos pues ya tuvimos un escarceo hace algunos años en su antiguo restaurante Casa Real del que salimos encantados y seducidos.
Su afán de descubrir, investigar y explorar la ha conducido por estos caminos casi como una sentencia. En sus genes, su tradición familiar y sus estudios, ha conseguido los ingredientes perfectos para entregarse a sus comensales a través de sus platos y sus propuestas.
Recomienda sin temor a equivocarse sus cestas de mariscos en ají dulce, el mouse de ajo porro y ensalada margariteña, para las entradas; como platos principales el pescado courtbouillon o la polvorosa de mariscos en una masa exacta pastel de pollo, la yuca mignon y el infaltable, el perfecto asado negro.
Por su puesto, los postres mantienen la línea criolla con los buñuelos de yuca en papelón, el manjar de lechosa y el sabor mantuano grabado en cacao de bucare en el “Negro en camisa”.
Sabores honestos, atención personalizada y la calidez del trato de su regente. Alejandra Oropeza detiene el encanto de su pasado, en su rostro vive la dolorosa experiencia del exilio y la persecución familiar, pero también reside la afectuosidad y la cordialidad. Si en su rostro vive la sonrisa y la frescura entonces esa jovialidad también reside en sus platos. No es necesario conseguir calor en sus fogones. La llamarada que irradia en su pecho abrasa la sazón de sus platos. En sus manos se moldean los platos para los trashumantes comensales que alborozados y sobresaltados nos sentamos para nacer en su mesa.
Agregamos la magia de este caserón adaptado a la arquitectura colonial y mediterránea, y solo entonces enmarcamos la atmósfera precisa como para regresar doscientos años y saborear la historia que vive y pervive en la bellezura de su creadora y los platos de nuestra tradición culinaria mantuana.
Nuestra cocina ha padecido los maleficios de los letrados, los viajeros desprevenidos y de los entusiastas alienados que confían más en los sabores importados y extranjeros que en los que acunaron nuestros agarrones al delantal materno aleteando en las alturas mientras párvulos intentamos nuestros primeros pasos en el cemento pulido de las cocinas.
Muchos son aquellos que niegan nuestra exquisita tradición culinaria. Nuestra por efectos del acaecer a través del tiempo. Nuestra por los sabores que nos entrega. Nuestra por los temblores psicogénicos que nos causan sus inmanentes olores. Aquellos que niegan las características innatas de nuestro abolengo y nuestra rutina culinaria. La historia que se percibe en las recetas elaboradas en base de maíz y yuca, pese a la incorporación de derivados del trigo en la dieta cotidiana que efectivamente viene de ese profundo y doloroso proceso de transculturizacion, al que debemos también la introducción exitosa en la dieta del venezolano de las carnes de vacuno, porcino, aves de corral y sus derivados. Incluso el uso de especias para preservar y adobar alimentos. Pero también se reforzó el papel del ají como condimento de diversas preparaciones y el onoto adquirió importancia en la coloración de comidas, por su efectividad y fácil adquisición.
Hace unos días nos dejamos enamorar en la carretera de Los Robles hacia la Asunción en el Hotel, Spa Restaurante Las Brisas. Ir a un restaurante por primera vez es como ir a una primera cita de amor. Algo de entrega pero también algo de inocencia perdemos cuando amamos. Alejandra Oropeza cheff del Restaurante Las Brisas una docente de profesión que se confiesa amante de la cocina, nos volvió a enamorar. Y lo precisamos pues ya tuvimos un escarceo hace algunos años en su antiguo restaurante Casa Real del que salimos encantados y seducidos.
Su afán de descubrir, investigar y explorar la ha conducido por estos caminos casi como una sentencia. En sus genes, su tradición familiar y sus estudios, ha conseguido los ingredientes perfectos para entregarse a sus comensales a través de sus platos y sus propuestas.
Recomienda sin temor a equivocarse sus cestas de mariscos en ají dulce, el mouse de ajo porro y ensalada margariteña, para las entradas; como platos principales el pescado courtbouillon o la polvorosa de mariscos en una masa exacta pastel de pollo, la yuca mignon y el infaltable, el perfecto asado negro.
Por su puesto, los postres mantienen la línea criolla con los buñuelos de yuca en papelón, el manjar de lechosa y el sabor mantuano grabado en cacao de bucare en el “Negro en camisa”.
Sabores honestos, atención personalizada y la calidez del trato de su regente. Alejandra Oropeza detiene el encanto de su pasado, en su rostro vive la dolorosa experiencia del exilio y la persecución familiar, pero también reside la afectuosidad y la cordialidad. Si en su rostro vive la sonrisa y la frescura entonces esa jovialidad también reside en sus platos. No es necesario conseguir calor en sus fogones. La llamarada que irradia en su pecho abrasa la sazón de sus platos. En sus manos se moldean los platos para los trashumantes comensales que alborozados y sobresaltados nos sentamos para nacer en su mesa.
Agregamos la magia de este caserón adaptado a la arquitectura colonial y mediterránea, y solo entonces enmarcamos la atmósfera precisa como para regresar doscientos años y saborear la historia que vive y pervive en la bellezura de su creadora y los platos de nuestra tradición culinaria mantuana.
Restaurant Las Brisas. Via Los Robles - La Asuncion. Sector Nuevo Mundo. Isla de Margarita.
Publicado Revista Paladares Arte Gastronomico. No. 4. Octubre. Isla de Margarita.
Da gusto leer estos escritos sobre comida venezolana, te felicito, Saludos.luistk2000
ResponderBorrarDa gusto leer estos escritos sobre comida venezolana, te felicito, Saludos.luistk2000
ResponderBorrar