Uno en esta vida de gastronauta que nos ha tocado disfrutar se ha conseguido de todo. Muchas rarezas y hallazgos. Descubrimientos que uno los disfruta mientras puede, incluso hemos tenido que ocultar esos encuentros por temor a que con el paso inmediato del anonimato a la popularidad se les extravíen valores y aciertos que terminamos por desechar. Pequeños restaurantes a los que preferimos dejar detenidos en la memoria gastronómica y no volver a visitar. Otros que ni siquiera recomendamos por temor a que se rayen en medio de una apabullante horda de comensales que le hagan perder su humildad y hasta su generosidad. Hay sitios en el que a uno se le pone creativo el mesonero y a esos tampoco los vamos a recordar. Afortunadamente están los otros. Los restaurantes en los que usted se siente como en familia. En el que lo saludan con aprecio, conocen sus gustos y hasta el acompañante del whisky. Si la señora toma el batido con o sin azúcar. Esos restaurantes en los que uno además de ser reconocido también se come bien y sabroso. Esos son los restaurantes que nunca le hacen quedar mal. Hoy hablaremos de tres de ellos aca en la Isla de Margarita.
En la Av. 4 de Mayo en Porlamar se encuentra el Restaurant El Remo, con mas de diez años, estable, honesto y sin pretensiones se convierte en una referencia del comer diario y ocasional. En él anida el espacio perfecto para las comidas “de trabajo”. Esas reuniones que desestresan y desentraban convenios, contratos, cobranzas y hasta malentendidos amorosos. El Remo muestra una conformación de servicio estable y cordial. Atentos a cada detalle se esmeran en conocer a cada uno de sus comensales, para brindarle la atención que usted espera en un sitio pequeño pero de gran rotación y asistencia. Quizás uno de los locales más exitosos de la Isla a decir por la consistente asiduidad de sus comensales que no le abandonan nunca buen síntoma de su valor y su nivel culinario. Su comida es exacta en su calidad, presentación y cantidad. Sin ínfulas ni pretensiones exageradas, en El Remo se come familiar y lusitano, es decir, en abundancia. Mi preferido los arroces españoles en cualquiera de sus presentaciones. Asopado marinera, paella o arroz marinera. Un especial, el sudado de colita de mero. No falla nunca.
En segundo término, nos referiremos al Restaurant Dolphins en la Av. Aldonza Manrique. En su menú se pasean las pastas, los pescados, los mariscos y las pizzas con una oferta sin pretensiones de gran gourmet pero efectivas y de buena estampa. Una decoración sencilla y modesta, despunta por su calidad y excelente atención. Buen sitio para la conversación y las transacciones. Excelente para disfrutar unos linguinis marinera o mar y monte. Aunque sufren de descanso dominical, se les abraza en la mesa el respeto por el comensal quien deja de ser un cliente para ser incluido en el mapa afectuoso de los amigos que le frecuentan recurrentemente. En Dolphins se complace a los que les visitan. Desde los gerentes de banco que desesperados buscan pizzas para la familia antes del cierre nocturno o al Pollo Brito con Mary Zagathian que les da por comer sancocho de gallina con vino tinto los sábados en la tarde. Allí se complace a todo el mundo, incluso a los que son de la familia.
Y por ultimo, reseñaremos una referencia margariteña: La Casa de Rubén al final de la Av. Santiago Mariño. Desde hace muchos años, Rubén Santiago se ha incrustado en nuestra tierra para desgajar el exuberante jugo de nuestra gastronomía insular. Rubén Santiago en su casa, su cocina y sus recetarios ha inventariado la cocina margariteña pero también a reinventado esa noción pluricultural que reposa en las mesas orientales. Curioso y bonachón, Rubén se ha convertido en el vigía de nuestro mestizaje culinario, producto de esa inusitada mezcla de culturas inmigrantes y tradiciones.
En su modesta y cálida Casa de Rubén se ha sembrado la semblanza del margariteño y la exclusiva característica de nuestros ingredientes. Nuestros peces, moluscos y mariscos se reservan para la frescura que nos inventa. El pastel de erizo o la ensalada de botuto dejan en quien las saborea la misteriosa salobridad de nuestra tierra. El pastel de chucho ensambla los sabores del pescado y el plátano. La crema de frutos marinos redimensiona la fosforera. El inenarrable asopado de mariscos margariteño deja boquiabierto al gourmet de mejor facha que se retuerce de exquisitez ante este plato. En su casa y en su cocina, se cuecen día a día las mejores formas del plato insular. En sus fogones arde la olla de nuestra identidad. Se funde el claro misterio de nuestro caribe y el sudor vertido en las tierras de la Nueva Cádiz. En Casa de Rubén se anida el jolgorio y la gloriosa jerga de nuestra gente. Se aglomera la fantasiosa y divertida anécdota de nuestro pueblo; la facilidad del verbo y la chanza; el reclamo y el cariñoso insulto que abraza nuestra cotidianidad.
En la Av. 4 de Mayo en Porlamar se encuentra el Restaurant El Remo, con mas de diez años, estable, honesto y sin pretensiones se convierte en una referencia del comer diario y ocasional. En él anida el espacio perfecto para las comidas “de trabajo”. Esas reuniones que desestresan y desentraban convenios, contratos, cobranzas y hasta malentendidos amorosos. El Remo muestra una conformación de servicio estable y cordial. Atentos a cada detalle se esmeran en conocer a cada uno de sus comensales, para brindarle la atención que usted espera en un sitio pequeño pero de gran rotación y asistencia. Quizás uno de los locales más exitosos de la Isla a decir por la consistente asiduidad de sus comensales que no le abandonan nunca buen síntoma de su valor y su nivel culinario. Su comida es exacta en su calidad, presentación y cantidad. Sin ínfulas ni pretensiones exageradas, en El Remo se come familiar y lusitano, es decir, en abundancia. Mi preferido los arroces españoles en cualquiera de sus presentaciones. Asopado marinera, paella o arroz marinera. Un especial, el sudado de colita de mero. No falla nunca.
En segundo término, nos referiremos al Restaurant Dolphins en la Av. Aldonza Manrique. En su menú se pasean las pastas, los pescados, los mariscos y las pizzas con una oferta sin pretensiones de gran gourmet pero efectivas y de buena estampa. Una decoración sencilla y modesta, despunta por su calidad y excelente atención. Buen sitio para la conversación y las transacciones. Excelente para disfrutar unos linguinis marinera o mar y monte. Aunque sufren de descanso dominical, se les abraza en la mesa el respeto por el comensal quien deja de ser un cliente para ser incluido en el mapa afectuoso de los amigos que le frecuentan recurrentemente. En Dolphins se complace a los que les visitan. Desde los gerentes de banco que desesperados buscan pizzas para la familia antes del cierre nocturno o al Pollo Brito con Mary Zagathian que les da por comer sancocho de gallina con vino tinto los sábados en la tarde. Allí se complace a todo el mundo, incluso a los que son de la familia.
Y por ultimo, reseñaremos una referencia margariteña: La Casa de Rubén al final de la Av. Santiago Mariño. Desde hace muchos años, Rubén Santiago se ha incrustado en nuestra tierra para desgajar el exuberante jugo de nuestra gastronomía insular. Rubén Santiago en su casa, su cocina y sus recetarios ha inventariado la cocina margariteña pero también a reinventado esa noción pluricultural que reposa en las mesas orientales. Curioso y bonachón, Rubén se ha convertido en el vigía de nuestro mestizaje culinario, producto de esa inusitada mezcla de culturas inmigrantes y tradiciones.
En su modesta y cálida Casa de Rubén se ha sembrado la semblanza del margariteño y la exclusiva característica de nuestros ingredientes. Nuestros peces, moluscos y mariscos se reservan para la frescura que nos inventa. El pastel de erizo o la ensalada de botuto dejan en quien las saborea la misteriosa salobridad de nuestra tierra. El pastel de chucho ensambla los sabores del pescado y el plátano. La crema de frutos marinos redimensiona la fosforera. El inenarrable asopado de mariscos margariteño deja boquiabierto al gourmet de mejor facha que se retuerce de exquisitez ante este plato. En su casa y en su cocina, se cuecen día a día las mejores formas del plato insular. En sus fogones arde la olla de nuestra identidad. Se funde el claro misterio de nuestro caribe y el sudor vertido en las tierras de la Nueva Cádiz. En Casa de Rubén se anida el jolgorio y la gloriosa jerga de nuestra gente. Se aglomera la fantasiosa y divertida anécdota de nuestro pueblo; la facilidad del verbo y la chanza; el reclamo y el cariñoso insulto que abraza nuestra cotidianidad.
Articulo publicado en revista Paladares Arte Gastronomico.
Edicion # 6. Abril, 2.007. Porlamar, Isla de Margarita