jueves, abril 12, 2007

ANOTACIONES DE UN GASTRONAUTA / LOS QUE NUNCA TE HACEN QUEDAR MAL (I)

Uno en esta vida de gastronauta que nos ha tocado disfrutar se ha conseguido de todo. Muchas rarezas y hallazgos. Descubrimientos que uno los disfruta mientras puede, incluso hemos tenido que ocultar esos encuentros por temor a que con el paso inmediato del anonimato a la popularidad se les extravíen valores y aciertos que terminamos por desechar. Pequeños restaurantes a los que preferimos dejar detenidos en la memoria gastronómica y no volver a visitar. Otros que ni siquiera recomendamos por temor a que se rayen en medio de una apabullante horda de comensales que le hagan perder su humildad y hasta su generosidad. Hay sitios en el que a uno se le pone creativo el mesonero y a esos tampoco los vamos a recordar. Afortunadamente están los otros. Los restaurantes en los que usted se siente como en familia. En el que lo saludan con aprecio, conocen sus gustos y hasta el acompañante del whisky. Si la señora toma el batido con o sin azúcar. Esos restaurantes en los que uno además de ser reconocido también se come bien y sabroso. Esos son los restaurantes que nunca le hacen quedar mal. Hoy hablaremos de tres de ellos aca en la Isla de Margarita.
En la Av. 4 de Mayo en Porlamar se encuentra el Restaurant El Remo, con mas de diez años, estable, honesto y sin pretensiones se convierte en una referencia del comer diario y ocasional. En él anida el espacio perfecto para las comidas “de trabajo”. Esas reuniones que desestresan y desentraban convenios, contratos, cobranzas y hasta malentendidos amorosos. El Remo muestra una conformación de servicio estable y cordial. Atentos a cada detalle se esmeran en conocer a cada uno de sus comensales, para brindarle la atención que usted espera en un sitio pequeño pero de gran rotación y asistencia. Quizás uno de los locales más exitosos de la Isla a decir por la consistente asiduidad de sus comensales que no le abandonan nunca buen síntoma de su valor y su nivel culinario. Su comida es exacta en su calidad, presentación y cantidad. Sin ínfulas ni pretensiones exageradas, en El Remo se come familiar y lusitano, es decir, en abundancia. Mi preferido los arroces españoles en cualquiera de sus presentaciones. Asopado marinera, paella o arroz marinera. Un especial, el sudado de colita de mero. No falla nunca.
En segundo término, nos referiremos al Restaurant Dolphins en la Av. Aldonza Manrique. En su menú se pasean las pastas, los pescados, los mariscos y las pizzas con una oferta sin pretensiones de gran gourmet pero efectivas y de buena estampa. Una decoración sencilla y modesta, despunta por su calidad y excelente atención. Buen sitio para la conversación y las transacciones. Excelente para disfrutar unos linguinis marinera o mar y monte. Aunque sufren de descanso dominical, se les abraza en la mesa el respeto por el comensal quien deja de ser un cliente para ser incluido en el mapa afectuoso de los amigos que le frecuentan recurrentemente. En Dolphins se complace a los que les visitan. Desde los gerentes de banco que desesperados buscan pizzas para la familia antes del cierre nocturno o al Pollo Brito con Mary Zagathian que les da por comer sancocho de gallina con vino tinto los sábados en la tarde. Allí se complace a todo el mundo, incluso a los que son de la familia.
Y por ultimo, reseñaremos una referencia margariteña: La Casa de Rubén al final de la Av. Santiago Mariño. Desde hace muchos años, Rubén Santiago se ha incrustado en nuestra tierra para desgajar el exuberante jugo de nuestra gastronomía insular. Rubén Santiago en su casa, su cocina y sus recetarios ha inventariado la cocina margariteña pero también a reinventado esa noción pluricultural que reposa en las mesas orientales. Curioso y bonachón, Rubén se ha convertido en el vigía de nuestro mestizaje culinario, producto de esa inusitada mezcla de culturas inmigrantes y tradiciones.
En su modesta y cálida Casa de Rubén se ha sembrado la semblanza del margariteño y la exclusiva característica de nuestros ingredientes. Nuestros peces, moluscos y mariscos se reservan para la frescura que nos inventa. El pastel de erizo o la ensalada de botuto dejan en quien las saborea la misteriosa salobridad de nuestra tierra. El pastel de chucho ensambla los sabores del pescado y el plátano. La crema de frutos marinos redimensiona la fosforera. El inenarrable asopado de mariscos margariteño deja boquiabierto al gourmet de mejor facha que se retuerce de exquisitez ante este plato. En su casa y en su cocina, se cuecen día a día las mejores formas del plato insular. En sus fogones arde la olla de nuestra identidad. Se funde el claro misterio de nuestro caribe y el sudor vertido en las tierras de la Nueva Cádiz. En Casa de Rubén se anida el jolgorio y la gloriosa jerga de nuestra gente. Se aglomera la fantasiosa y divertida anécdota de nuestro pueblo; la facilidad del verbo y la chanza; el reclamo y el cariñoso insulto que abraza nuestra cotidianidad.
Articulo publicado en revista Paladares Arte Gastronomico.
Edicion # 6. Abril, 2.007. Porlamar, Isla de Margarita

EL PAIS DE LOS FINGIDORES

Para nadie es un secreto que no hace falta ser venezolano para ver el proceso de lolificacion que se vive en nuestro país. Y no solo por la posibilidad del fondo municipal para financiar esta cirugía absolutamente plástica que se le ocurrió como una gran ideota (si, con “e”) a una concejala en nuestro estado para subir no solo el busto sino también la autoestima de las niñas de escasos recursos del Distrito Mariño. No solo busca escena, tarima, titulares y votos la concejala de marras. Con ello también intenta llegar a ese pueblo necesitado e inmensamente carente de líderes y ejemplos para entregarle como mejor mensaje la apariencia de la voluptuosidad para acercarlos a la fantasía de la prosperidad que solo se conseguirá con “un tipo de billete que te saque de este barrio, mijita”.
Y no terminamos de reponernos ante tamaño exabrupto cuando vemos la fabricación de fachadas falsas para elaborar un falso perfil urbano a los costados de la avenida Rómulo Betancourt en Porlamar. Exabrupto que no se redime a la búsqueda de una apariencia embellecida de la ciudad; por cierto, de esa parte de la ciudad olvidada, marginada y excluida de oportunidades, servicios y posibilidades. Bueno es decir también que es producto de un Estado que huye de sus obligaciones y de una estructura carente de medios para proveer los vínculos que adapten estas zonas al crecimiento urbano mismo que trae la ciudad.
De lo que se trata como en gran parte de las circunstancias que vivimos en nuestro país es del imperio de lo superfluo y las apariencias. En algo estamos de acuerdo: nos encanta una bella dama con sus hermosas y protuberantes partes mamarias que se desborden por el escote de la ajustada blusita. Y también nos gusta pintar nuestras fachadas cada diciembre ya no como sinónimo de crecimiento sino como simulación de prosperidad y estreno. Nos hemos vuelto eso, una simulación. No importa que no tengamos acaso una cama donde descansar, no perdemos tiempo en pensar en crecer, asegurar el techo y las pertenencias. Lo que importa es hacer creer. El venezolano es un fingidor. Fingimos hasta creer en quien nos desalienta y nos grita. Fingimos seguir a un líder que nos oprime y sacrificamos parte de nuestras libertades a cambio de un poco de esa inconmensurable torta de los petrodólares.
A aquella concejala poco le importó el índice de mujeres victimas del cáncer de mama y los altos costos de tratamiento. Incluso le importó nada la educación y la formación necesaria para que nuestras jóvenes crezcan alejadas de la explotación, la violencia domestica, el embarazo precoz y la prostitución. Poco le importó enseñarlas a crecer desde adentro, a financiar sus estudios o alentarlas a buscar el camino honesto del trabajo y la prosperidad. Es más importante la vía expedita de conseguir la autoestima superficial de la lolificacion y la siembra del silicón “para que seas alguien en la vida”.
Y si esto fuera poco, nos secaron la Semana Santa sin previo aviso. Algunos dicen que a este gobierno lo que le gusta es molestar. “Así, así, así es que se gobierna”. Todo esto demuestra una vez mas, que no solo carecemos de un estado que haga cumplir el estamento legal existente (de Transito, de Comercio, Civil y Penal). El tema es que sin explicaciones intentan matar el perro para acabar con la sarna. Coerciendo a quien esta ejerciendo la actividad legitima y legal del comercio y el servicio con tal de aparentar que vivimos felices y regresamos sanitos a casa mientras nuestras carreteras se tiñen de rojo -literalmente- temporada tras temporada en medio de esa vorágine que nos lleva a bebernos hasta el agua de las piscinas de Margarita. Fingir que estamos sobrios para salir bonitos en la fotografía de la prensa esta semana. Un país feliz: el país de los fingidores.