domingo, abril 10, 2011

GUIA FACIL Y RAPIDA PARA COMER EN LA ISLA DE MARGARITA SIN NAUFRAGAR EN EL INTENTO

Uno en esta vida de gastronauta que nos ha tocado disfrutar se ha conseguido de todo. Muchas rarezas y hallazgos. Descubrimientos que uno los disfruta mientras puede, incluso hemos tenido que ocultar esos encuentros por temor a que con el paso inmediato del anonimato a la popularidad se les extravíen valores y aciertos que terminamos por desechar. Pequeños restaurantes a los que preferimos dejar detenidos en la memoria gastronómica y no volver a visitar. Otros que ni siquiera recomendamos por temor a que se rayen en medio de una apabullante horda de comensales que le hagan perder su humildad y hasta su generosidad. Hay sitios en el que a uno se le pone creativo el mesonero y a esos tampoco los vamos a recordar. Afortunadamente están los otros. Los restaurantes en los que usted se siente como en familia. En el que lo saludan con aprecio, conocen sus gustos y hasta el acompañante del whisky. Si la señora toma el batido con o sin azúcar. Esos restaurantes en los que uno además de ser reconocido también se come bien y sabroso. Esos son los restaurantes que nunca le hacen quedar mal. Desde aquellos de los que huimos sin esperar el servicio hasta los que luego de sentados lamentamos no colocarnos las gríngolas para no ver lo desastroso de su decoración y servicio. Taguaras, chiringuitos, tarantines y recovecos en los cuales hemos rescatado muchas veces la pasión culinaria de nuestra cultura.


También descubrimos verdaderos tesoros gastronómicos, reflejo de nuestra identidad y nuestra forma de ser y estar. Y así como nos hemos decepcionado en exquisitos y rimbombantes restaurantes de gran pompa y no menos glamour, en otros en los que el asqueroso olor a humo, fritanga y aceite barato se queda impregnado en nuestro olfato por encima de sus platos y su espantosa experiencia culinaria. Muchos de aquellos en los que como dice Alberto Soria, “las novias de los yuppies propietarios llevan la carta y los platos” por encima de los cheff o propietarios que se cuecen la piel y se curten las arrugas frente a los fogones con la misma pasión con la que se recibe a los comensales diarios y desaprensivos que rodamos por las calles de esta bella Isla de Margarita. Son estos restaurantes con orgullo y tradición que nos reciben y nos despiden con alegría, con el alimento que nos protege y la seguridad del apego que es lo único que nos salva. Comida con sabor a hogar o con tradición culinaria, cuento y anécdota. Hablaremos de ellos para que quienes se den a la tarea de explorar nuestros sabores y propuestas también consigan en estos una opción validad para comer bien los días que estén por estas calles y paisajes de la Isla de Margarita, Caribe Venezolano.


En la Av. 4 de Mayo en Porlamar se encuentra el Restaurant El Remo, con mas de diez años, estable, honesto y sin pretensiones se convierte en una referencia del comer diario y cotidiano. En él anida el espacio perfecto para las comidas “de trabajo”, los compromisos laborales y los de los afectos. Esas reuniones que desestresan y desentraban convenios, contratos, cobranzas y hasta malentendidos amorosos. El Remo muestra una conformación de servicio estable y cordial. Atentos a cada detalle se esmeran en conocer a cada uno de sus comensales, para brindarle la atención que usted espera en un sitio pequeño pero de gran rotación y asistencia. Quizás uno de los locales más exitosos de la Isla a decir por la consistente asiduidad de sus comensales que no le abandonan nunca buen síntoma de su valor y su nivel culinario. Su comida es exacta en su calidad, presentación y cantidad. Sin ínfulas ni pretensiones exageradas, en El Remo se come familiar y en abundancia. Mis preferidos: los arroces españoles en cualquiera de sus presentaciones. Asopado marinera, paella o arroz marinera. Un especial, el sudado de colita de mero. No falla nunca.


Restaurant Dolphins en la Av. Aldonza Manrique. En su menú se pasean las pastas, los pescados, los mariscos y las pizzas con una oferta sin pretensiones de gran gourmet pero efectivas y de buena estampa. Una decoración sencilla y casi minimalista que se va renovando y adaptando a los nuevos tiempos, despunta por su calidad y excelente atención. Buen sitio para la conversación y las transacciones. Excelente para disfrutar unos linguinis marinera o mar y monte. Aunque sufren de descanso dominical, se les abraza en la mesa el respeto por el comensal quien deja de ser un cliente para ser incluido en el mapa de los amigos que le frecuentan recurrentemente. En Dolphins se complace a los que les visitan. Desde los gerentes de banco que desesperados buscan pizzas para la familia antes del cierre nocturno o al mismo Rafael El Pollo Brito, cuando visita la Isla, que le da por comer sancocho de gallina con vino tinto los sábados en la tarde. Los jueves esperamos el cochinillo o la pierna de cordero al horno con especias. O tal vez un estofado de pato los viernes. Quizás le sorprenda un día un lomo de atún blanco en finas hierbas. Allí se complace a todo el mundo, incluso a los que son de la familia.


Si se trata de buscar una referencia margariteña sugeriremos La Casa de Rubén al final de la Av. Santiago Mariño. Desde hace muchos años, Rubén Santiago se ha incrustado en nuestra tierra para exprimir el exuberante jugo de nuestra gastronomía insular. Rubén Santiago en su casa, su cocina y sus recetarios ha inventariado la cocina margariteña pero también a reinventado esa noción pluricultural que reposa en las mesas orientales. Curioso y bonachón, Rubén se ha convertido en el vigía de nuestro mestizaje culinario, producto de esa inusitada mezcla de culturas inmigrantes y tradiciones. En su modesta y cálida Casa de Rubén se ha sembrado la semblanza del margariteño y la exclusiva característica de nuestros ingredientes. Nuestros peces, moluscos y mariscos se reservan para la frescura que nos inventa. El pastel de erizo o la ensalada de botuto dejan en quien las saborea la misteriosa salobridad de nuestra ínsula. El pastel de chucho ensambla los sabores del pescado y el plátano, incluso se reconoce a Rubén como el que redimensionó y reimaginó nuestro cotidiano pastel para acercarlo a las mesas. La crema de frutos marinos redimensiona la fosforera. El inenarrable asopado de mariscos margariteño deja boquiabierto al gourmet de mejor facha que se retuerce de exquisitez ante este plato. En su casa y en su cocina, se cuecen día a día las mejores formas del plato insular. En sus fogones arde la olla de nuestra identidad. Se funde el claro misterio de nuestro Caribe y el gusto vertido en las tierras de la Nueva Cádiz. En Casa de Rubén se anida el jolgorio y la gloriosa jerga de nuestra gente. Se aglomera la fantasiosa y divertida anécdota de nuestro pueblo; la facilidad del verbo y la chanza; el reclamo y el cariñoso insulto que abraza nuestra cotidianidad.


Una opción más urbana y cotidiana está en la Av. 4 de Mayo en Porlamar encontramos a Byblos, una metamorfosis a través del tiempo que ha llevado a la mutación casi biológica de un minimarket de delicatesse en un sabroso comedor libanes que obliga a compartir en colectivo los condumios, caldos, arroces, tabules, salsas y falafel de la rigurosa cocina libanesa. Su encanto no solo lo hayamos en su autoservicio o en la suerte de comedero citadino que se origina en la distribución de las mesas. Quizás este en sus propietarios quienes ofrecen sus sonrisas del medio oriente o en el servicio siempre atento a complacer los deseos y caprichos del comensal. Ya no solo es participar en el saludo cordial con amigos y conocidos que tropezamos frecuentemente en Byblos. Encuentros que aprovechamos con las conversaciones pendientes y hasta los afectos trastocados por la azarosa vida urbana que comenzamos a padecer en la Isla. Es fundamentalmente en su fogón donde reside el lar, el calor de su cocina y la sabrosura de su sazón. Recetas familiares que han pervivido en el tiempo y sobrevivido a los embates de la migración y el refugio. Desde su celoso kibbe crudo hasta sus cremas de yogurt, el intenso sabor del kafta, el honesto falafel y el hermoso arroz de almendras y pollo. Todos reunidos en una sola exhibición y de la cual puede escogerse sabores mas occidentales o criollos como el asado, el pollo al horno, el plátano horneado y hasta el regeneradora sopa de pollo. Y si esto fuera poco al salir nos espera los frutos macerados y dulces de la atávica tradición árabe traídos directamente del medio oriente llevándonos en el paladar el intenso gusto de su cocina, sus sabores y su abrazadora cordialidad. Seducción suficiente para volver cualquier día de la semana. Sugerencia: el e aparador de dulces árabes es imperdible a la salida de Byblos.


En la via a la zona de las playas, en los predios de El Salado, Paraguachi a un lado de la Av. 31 de Julio, Arepa Hermanos Moya aportan siguen innovando y dándole contemporaneidad a la arepa venezolana y sus diferentes y exquisitos rellenos, al tiempo que marcan pauta al sensibilizarse por su entorno. El propio, dicharachero y celebridad twittera, Oscar Moya, representa el jolgorio y la picaresca esencia margariteña siendo visitado por propios, famosos y turistas para confirmar los aportes a la arepa en Margarita. Ahora celebramos la Margariteña Especial: el icónico cazón margariteño acompañado de aguacate y hojuelas de pecorino. O la preferida del famoso escritor asuntino Francisco Suniaga, Cruzado de Mar especial con parmesano y aceite de oliva extra virgen. O la de pernil light y tomate margariteño, o para los más dietéticos la arepa de tomate margariteño y queso telita. Si esto fuera escaso, sugerimos hacer el encargo de un pastel de chucho a la manera de los Hermanos Moya en el que se incorpora otro ingrediente ya “tradicional” margariteño: el queso pecorino y el gouda de bola holandés. Les va a sorprender. Visitar Arepa Hermanos Moya en El Salado es un encuentro con la creatividad y la picara polifonía del habla margariteña. Es también darle cabida al desenfado margariteño y a la alegría de estar en tierra insular. Allí se va a apreciar nuestro plato nacional aderezado con los guisos, ingredientes y sabores de nuestra isla. En los que se han ido fusionando los tiempos nuestros y la creatividad suelta y resuelta de una familia emprendedora que cree en la calidad, la cordialidad y el buen servicio.


Y si esto fuera poco contemos el hermoso atardecer en la bahía de Manzanillo junto a “La Popular Rosenda”. De allí son demasiados los momentos que atesoramos en nuestra vida. Nuestra memoria se ha sabido impregnar de la cultura margariteña estando en sus mesas, abrazándonos a su gente y oliendo el tabaco de Rosenda al entrar o el salir. Llegar a su restaurante es también llegar a su casa. Trayendo la sabiduría e insobornable sabor de la fosforera y del fresco tejido del verdadero pescado fresco. Una oferta inevitable que nos deja el sabor marino en sus platos y en nuestra boca la sapiencia de los fogones insulares. El pescado a la plancha que se hace bocado supremo y una atención honesta y ajustada a las características de nuestra isla: amable, llena de humor y cordialidad. Así nuestra gente, así su trato y hospitalidad, así mismo su cocina. Generosa y marcada de mar por todos sus bordes. Rosenda no escatima su verbo a quien le sonríe. Rosenda no escatima en su cocina el sabor del mar. Félix y Cheché, dos simpáticos y eléctricos servidores que nos hacen felices nuestros atardeceres en esta hermosa bahía. Hace casi 20 años, ahí aprendimos a saborear el pescado fresco a la plancha, a reconocer los enormes mejillones que deberían tener “denominación de origen manzanillero”. Hemos halado del tren de pesca al lado de los musculosos brazos de la tradición margariteña. Hemos sabido de sus frías aguas y disfrutado de las horas de solaz infantiles cuando salen los párvulos a jugar en su “patio” trasero. Y si a esto hay que sumarle algo mas recordaremos entonces que en el restaurante de Rosenda se respira la más exacta referencia de la margariteñidad. De esa que no solo habla del doblar las esquinas para indicar una dirección; del antier y del mañana como medidas de tiempo y donde el único culpable es el salitre. Al cerrar la tarde y caer el sol, Félix y Cheché agradecidos llevan las vísceras y restos de pescados a la mar. Ofrenda para agradecer lo que desprendidamente les entrega durante el día. Rosenda es también la sencillez, la humanidad y el sabor de su cocina que se recoge en sus platos, el calor de su pecho y el afecto en su abrazo recio. Definitivamente, en ese marco y esa escenografía, recalquemos que es el mejor pescado a la plancha de toda la Isla de Margarita. Así es la popular Rosenda.


Y si lo agarra la noche de regreso de sus paseos por esta tierra insular, de vuelta de las playas o de la zona norte, le recomendamos la Empanadas de María Paloma, en plena acera, apenas a 50 mts del Gimnasio Hermanos Lairet de la Asunción, cuna del deporte rey de la isla: el basquetbol. Esta aguerrida y desternillante matrona margariteña, solo atiende en su tarantín hogareño en horario nocturno de 7 a 10 pm. Incluso reparte tan solo 100 números para poder ser partícipe de la celebración y exaltación diaria al celebérrimo pastel margariteño. Una centena de comensales noche a noche podrán ser testigos de esta ceremonia. La rica y tradicional empanada es cuidada en masa, aceite, relleno y fritura. Rellenos habituales como el cazón, cruzado de mar, madreperlas, pat’e cabra y carne mechada se redimensionan con los guisos y aderezos gourmet que nos ofrece la casa. No se alejan de los sabores y gustos de la cocina margariteña. Incluso repiten los ingredientes y guisos. De lo que se trata es de las combinaciones y las armonías. Crema de berenjena, picante de aji chirel y dátiles de San Juan, cremas y salsas que le dan un aporte sustancial a la empanada margariteña. Yo fui uno de los que pregunto y por qué tan solo 100 números diarios, pensando atendía a un tema de logística y organización, y la respuesta fue muy margariteña: “¬Chiara, y tu crees que yo no tengo derecho a divertirme y ganarle una al casino?”

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