Hoy el mar a lo lejos permanece quieto e ingrimo como una promesa. El café en mis manos es la única certeza. Hay días que parecen semanas. Un día que avanza como un tramite forzoso, obligado. Un día tan duro como el último del viaje. Triste. Un día desventurado. Al que solo le falta la salida de sol para salvarse. Un día que desmonto del almanaque y se escurre impunemente. El azul es solo una semblanza. El calendario escuece frente al mago de vidrio y el papel entintado. Juro que invento algo antes de mediodía.
Lo único que manipula uno con cierta esperanza son los gratos recuerdos. Y en este mediodía cerrado, abro mi cuaderno de notas para acercarme a lo que mas nos agrada: las exploraciones gastronómicas. Mientras al fondo insiste en despecharnos una compilación de boleros que apenas ayer recibo de obsequio con el libro “Historia del Bolero I: Cuba No me vayas a engañar” de Santiago González y Reinaldo Viloria. Increíble 190 temas que forman el mapa del desamor caribeño.
Y precisamente anoche manoseaba con mi amigo Julio Bolívar, editor y pensador de aguda pluma y reflexión, la deshonesta excusa de la distancia para espaciar tanto las visitas a la casa de los amigos. Y descubro con tristeza que hace exactamente dos años que no visito una casa abierta y amable para residir sonriente con el abrazo de los sabores y los aliños que crea y acarician desde hace diez en La Casa de Esther González.
Lo único que manipula uno con cierta esperanza son los gratos recuerdos. Y en este mediodía cerrado, abro mi cuaderno de notas para acercarme a lo que mas nos agrada: las exploraciones gastronómicas. Mientras al fondo insiste en despecharnos una compilación de boleros que apenas ayer recibo de obsequio con el libro “Historia del Bolero I: Cuba No me vayas a engañar” de Santiago González y Reinaldo Viloria. Increíble 190 temas que forman el mapa del desamor caribeño.
Y precisamente anoche manoseaba con mi amigo Julio Bolívar, editor y pensador de aguda pluma y reflexión, la deshonesta excusa de la distancia para espaciar tanto las visitas a la casa de los amigos. Y descubro con tristeza que hace exactamente dos años que no visito una casa abierta y amable para residir sonriente con el abrazo de los sabores y los aliños que crea y acarician desde hace diez en La Casa de Esther González.