La gastronomía es un viaje. A veces íntimo: a la memoria, al gusto heredado,
a las regiones que cubre la nacionalidad, o a las cocinas de otros países.
Viaje corto y cercano, o largo diferente, a veces exótico,
que se emprende para gozar y disfrutar, no para sufrir
Alberto Soria
a las regiones que cubre la nacionalidad, o a las cocinas de otros países.
Viaje corto y cercano, o largo diferente, a veces exótico,
que se emprende para gozar y disfrutar, no para sufrir
Alberto Soria
Todo comienza por una de esas afortunadas casualidades que se da desde la bonitura y la cordialidad. Alrededor de unas tazas de café reúno a un grupo de amigos y entre saludos y anécdotas se va cerniendo una conversación a veces diversa, a veces certera, a veces llena de muchas cosas por decir. Quizás sea una de esas ocasiones en las que son tantas las cosas que se quieren expresar que es mejor escuchar a los que están aportando y desvelando. Y esta ocasión, aparenta ser de muchas revelaciones.
Esas conversaciones que solo se dan entre amigos; amigos tejidos en el tiempo, atesorados en la taza de café, sembrados en las páginas de los libros y en los bordes de la copa. Conocedores, asomados, comensales, catadores, baristas, cocineros, arquitectos, gourmand, bon vivants, en fin diletantes todos de la buena mesa. Amigos que la pausa del tiempo aleja y acerca como si el espacio no ocurriera. En torno a un exquisito café cuidado, ofrecido y servido por uno de los amigos, el Master Barista Pietro Carbone, se desarrolla una tertulia que salta del café a los inútiles catadores de agua, de los spirits a los caldos, de los espumantes a la mesa, de los cocineros mediáticos a los restaurantes fashion. De las cartas de precios inflados a las mesas honestas que perviven en el mundo; y así hasta consumir las horas para vincular esta sabrosa conversación con la mesa directamente, que fue a lo que fuimos a Caracas, entre otras cosas.