viernes, septiembre 14, 2012

CARACAS, UNA CIUDAD DE HERMOSOS CORAZONES

A propósito de la presentación del libro

“Caracas en 25 afectos” compilado por Tulio Hernández


Ver Caracas desde la Isla de Margarita es una gran pasión. Te crea una inmensa sensación de libertad que solo puede ser apreciada una vez se decide radicar el resto de vida en esta geografía insular, nunca antes. Caracas es un demonio del que nadie quiere salir y del que incluso al entrar nunca se sale. Es más, quien logra penetrarla ya para siempre la llevará en su piel, tatuada, pero no a modo de dibujo o arte sino a modo de cicatriz.

Caracas la infanta irredenta, la bailarina eterna, la sucursal del cielo o como guste en llamarla es también, al decir de Cabrujas, una ciudad que debe existir a trocitos en el resto del planeta.
Quienes venimos a la Isla de Margarita lo hacemos sin conocer estos versos de Constantino Kavafis sobre La Ciudad, algunos lo repetimos como un mantra o como una sentencia: Dijiste: "Iré a otra ciudad, iré a otro mar. Otra ciudad ha de hallarse mejor que ésta. Todo esfuerzo mío es una condena escrita; y está mi corazón - como un cadáver – sepultado (…) Nuevas tierras no hallarás, no hallarás otros mares. La ciudad te seguirá. Vagarás por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo y en estas mismas casas encanecerás. Siempre llegarás a esta ciudad. Para otro lugar -no esperes- no hay barco para ti, no hay camino. Así como tu vida la arruinaste aquí en este rincón pequeño, en toda tierra la destruiste.

Caracas la de los derrumbes y la demolición eterna, la de las mamis y las mujeres de lolas descomunales. La ciudad para recoger a manos llenas el petróleo sembrado en el país: en sus trancas, en sus colas, en el ruido y en sus peleas. Caracas la ciudad en la que no hay vida urbana sino personas que viven en una ciudad. Caracas que sabe a ron caliente porque no hay plata pa’ compra mas cerveza fría, a pana por favor no me mates, al chirrinche en la grada D del Estadio Universitario y a prende el carro que la Yuleisis está pariendo, guón… Una ciudad vertiginosa, que cambia los olores en cada salida del Metro de la misma forma como salta del vallenato al reggaetón en cada parada de microbuses.

Tulio Hernández en el 2001 tuvo la osadía de recoger 20 textos que descubrieran y describieran la ciudad de principios de Siglo. Y no han pasado 10 años y merece una revisión, una relectura y una ampliación de la mirada. Incluso tiene uno el atrevimiento de asombrarse con la edad de algunos textos porque sabemos que Caracas anda “esmachetada”, más rápida que el Metro, que ya sabemos ha perdido el ritmo de los pasos de los habitantes que huyen, caminan, andan o se deslizan arriba.

Descubrirán aquí una forma de reconocerse. Porque también quien vive en la Isla de Margarita está huyendo y no digan que no. Aunque sea de sí mismo, pero alientan el renacimiento o la reconstrucción de los días por venir, así sea nuevo el calendario o nueva la pareja, pero ya tienen esa patina de los que han pasado por la gran ciudad: para todos Caracas es Caracas. Si, Caracas es Caracas, pero aquí, querido amigo, aquí tenemos las playas, el pastel de Chucho, las toallas de La Sirenita, las sabanas Canon, el vino barato, las empanas de cazón y el whisky a precio de Puerto Libre (ahora tenemos las Tienditas del Club SITME – baratijas chinas a precio de haute couture). Por ello es que cuando llega la temporada nos replegamos a nuestras casas, no a modo de huida o escondite sino a la manera de Grissom el de C.S.I. que se mete a entomólogo cada vez que se le revuelve el estomago cuando huele el detritus de la ciudad en las viseras de sus víctimas.

Al decir de Tomás Eloy Martínez “Caracas se niega a recordar, porque ha colocado su identidad en el día de mañana, no en el de ayer.” Caracas es lo cotidiano, lo emergente, lo urgente y lo inmediato. También la ciudad donde vive “El muchacho más hermoso de la ciudad”, la ciudad que muere cada dos minutos, llena de motorizados sobre sus Empire a bajo costo y sin repuestos, a los que le cantó María Rivas hace unos años y hoy, empapados de lluvia se cogen todos los canales de la autopista, debajo de los puentes. Esta urbe irredenta y sin límites que debe crecer hacia los lados y nadie sale de ella para no perderse… el próximo terremoto, será… Los caraqueños odian públicamente su sitio en el mundo, pero apenas salen les hace falta el monóxido, el arrebiate, la arrechera en la cola, los chamos llorando bajo la lluvia y los vidrios arriba, “¡epa!, ¿pa’ dónde vas con esa nevera…?” Rayan los asientos del taxi, vomitan en los bancos de los parques, grafitean las paredes, excretan su odio… pero eso si, abrazan a las muñecas en las noches, piden un mejor país mientras arman las carpetas de Cadivi. Los caraqueños son alegres y sabrosones, sabios e impertinentes: llevan el veneno de la urbe inoculado en su ADN.

Cuando vuelven a su ciudad, recaen en los afectos como el cuento de Cortázar. Para cerrar tomo unas líneas del poeta Leonardo Padrón de este “Caracas en 25 afectos”: “Caracas tiene el humor de una mujer. Es inasible, rumorosa. Confusa, como una mujer. Que ya no está, que ya no está.”

Pampatar, 13 de Junio, 2012


(Comentarios de nuestro amigo Julio Bolívar a propósito de nuestro texto presentación)

TODOS SOMOS CARAQUEÑOS

Julio Bolívar

De “una u otra manera” lo somos, para decirlo con este pleonasmo socorrido de los políticos. La pregunta que flota es: por qué todos somos caraqueños, un maracucho diría “vergación, pero no teneis Las pulgas ni puerto Caballo y el Costa Verde veis.” Y así, cada región en su regionalismo encontrará un icono inevitable de su maltrecho gentilicio (como cuando hablamos de la isla y sus valores).

Digo esto porque el centralismo no solo funciona para el autoritarismo político y el manejo del presupuesto nacional, también activa su mecanismo imaginario de un centralismo, precisamente imaginario. Y como la cultura y sus prácticas viajan con nosotros, Caracas viaja con nosotros. Como dices, cuando llega la temporada, la terrible temporada, paradoja de la necesidad y la incomodidad del visitante inoportuno pero necesario; las exigencias son caraqueñas en la isla y los insulares y sus insularidad se encierran, pero mutatis mutandi, Caracas también es el país, porque allí en ese valle lleno de gente, a pesar de las cosas negativas, (ahora dicen que muerde) que por demás tienen las ciudades grandes, llegan los venezolanos en busca de trabajo y oportunidades que no están en las otras ciudades.

Recordemos que ahora todo es ciudad. Y Caracas, desde hace más de un siglo, se llena de aromas , colores, cocinas, vestimentas, celebraciones de diversa índole (hasta San Antonio se celebran con el tamunange, disculpa la digresión). Caracas se llena de país y el país se llena de Caracas. Esa es la maravilla. Por cierto, fueron los gochos los que les dio por venirse al centro. Este es otro tema, pero no casualidad. Pienso en Ramón Jota Velasquez, o en el precioso ensayista Mariano Picón Salas que escribió ensayos sobre Caracas, o en Briceño Iragorry…

Precisamente nuestro sociólogo dominical, observador particular de los desmanes del poder sobre la ciudad, es un gocho enamorado de Caracas, un especialista de ciudades y sus mutaciones para bien o mal. Apasionado de la ciudad Tulio Hernández reúne a otros enamorados, que podemos ser todos, y hace este libro, incluso con personajes desencontrados, como andamos últimamente, buen desde hace casi 14 años, un sociólogo que demuestra que con tolerancia podemos tener una ciudad imaginada al menos, allí está gente como W. Osuna y Federico Vegas.

El amor de Tulio por la ciudad no tiene límites, me consta. Pasamos días esperando (en la editorial, que por cierto es bueno agradecer) la respuesta para que esos desencontrados autorizaran la publicación de sus textos. La respuesta fue sorprendente, incluso para el mismo Tulio. Generosos y amorosos por su ciudad, dijeron que si, que no habría problemas, que hasta una copa juntos, que si tanto tiempo, que por qué no, que qué estás haciendo, y así.

Finalmente una clave para entender como un gocho y de paso sociólogo ama tan desesperadamente a Caracas, yo creo, y aquí arriesgo una idea: es que la camina como si fuera un turista. Por eso ve cosas que muchos de los que sólo la habitan en el tráfago del consumo y la rumba no ven. Mira el cielo como lo hacía W. Niño Araque, o como mis paseos dominicales que a veces hago con Rafael Cartay y descubro el único bar que sirve sardinas fritas al más puro estilo portugués, la Sardinha Firenze. Este es otro ángulo importante que, tal vez, en este libro no se tocó, pero que el mismo Tulio realizo hace tiempo cuando hizo aquel memorable coleccionable de la cocina del mundo a la manera venezolana, que era a la manera caraqueña.

Finalmente pienso, que este libro, así como Caracas vive en permanente reconstrucción en particular ahora que hacen viviendas sin servicios con edificios uniformados de rojo, habría que reescribirlo y editarlo cada diez años para observar las nuevas mutaciones y saber que resiste y sobrevive el tiempo.

Fotografia principal cortesía de Julio Villasmil (tomada desde camara Galaxy SIII) resto de imágenes propias camara Blackberry Torch.



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