José Ramón lleva con parsimonia sus días, frugalidad que se le ha imantado de la aplicada y tenaz faena de piñonatero durante “toda su vida”. Tiempo que en Margarita significa “tiempo de más”, una noción del tiempo que es variada y pausada a la vez. Como el antier y el mañana, adverbios de tiempo que también son volubles y moldeables de acuerdo a las circunstancias. José Ramón “Chiquito” Salazar, como le dan en llamar al más pequeño de la camada familiar, es quien transporta a cuestas esta tradición familiar. Una marca de origen que a las dos familias Salazar que hacen todas las semanas el piñonate, luego de varias generaciones, junto los Villarroel, les es impronta y es herencia.
De la tradición
dulcera insular, el piñonate lleva bandera, historia y permanencia. Desde los
tiempos de la Colonia, viene elaborándose este dulce a base de lechosa verde,
papelón y azúcar, fundamentalmente. Una faena ardua y laboriosa a la que se
deben dedicar más de seis intensas horas frente a un fogón de altas
temperaturas. Es por ello que, desde sus inicios, ha sido una faena realizada
por los hombres de la familia durante las horas de la madrugada para, de esa
manera, hacer un poco más llevadera esta tarea netamente artesanal. Chiquito
era quien llevaba en su paleta la temperatura, el ritmo, la densidad y el punto
en el que debe paletearse más o menos, bajar del fuego o extraer el piñonate en
tiempo de conserva, de acuerdo a una propia y experimentada sensación no
calibrada ni documentada en tiempos ni temperaturas. Una tradición netamente
oral y familiar de la que esta cultura piñonatera pervive y se transmite
forzosamente entre los miembros de las respectivas familias.