Uno no
termina de entender este bar con solo mirarlo por fuera. Una típica casita de
arquitectura popular. Paredes barro, frisadas y pintadas de anaranjado y verde agua
que el duro sol guardiero ha ido matizando. Techo de tejas de arcilla y una
matica de guayacán sembrada delante en la acera, no delatan ni anuncian las
maravillas y diversiones que se disfrutan adentro. A veces está una señora
parada en la puerta, como esperando a alguien o sencillamente “cogiendo fresco
pa’ vender salado”, como decimos por acá.
La maravilla ocurre cuando logramos pasar la puerta porque esa casa sencilla y humilde se convierte en su primer salón, en un museo del sincretismo popular. Bajo un techo de caña brava, conseguimos a Simón Bolívar de pie al lado de una pieza del Niño Jesús con su tierna piernita levantada. Debajo se posa Ismael, uno de los totem de la Corte Malandra, y un perro dálmata de cerámica.