lunes, julio 30, 2007

…Y LOS QUE SIEMPRE QUEDAN BIEN

Los avatares de vida citadina y relajada que nos ha llevado a disfrutar cada centímetro cuadrado de esta región insular, también nos ha llevado a patear calle y sentarnos en innumerables restaurantes. Desde aquellos de los que huimos sin esperar el servicio hasta los que luego de sentados lamentamos no colocarnos las gringotas para no ver lo desastroso de su decoración y servicio. Taguaras, chiringuitos, tarantines y recovecos en los cuales hemos rescatado muchas veces la pasión culinaria de nuestra cultura. También descubrimos verdaderos tesoros gastronómicos, reflejo de nuestra identidad y nuestra forma de ser y estar. Y así como nos hemos decepcionado en exquisitos y rimbombantes restaurantes de gran pompa y no menos glamour, en otros en los que el asqueroso olor a humo, fritanga y aceite barato se queda impregnado en nuestro olfato por encima de sus platos y su espantosa experiencia culinaria. Muchos de aquellos en los que como dice Alberto Soria, “las novias de los yuppies propietarios llevan la carta y los platos” por encima de los cheff o propietarios que se cuecen la piel y se curten las arrugas frente a los fogones con la misma pasión con la que se recibe a los comensales diarios y desaprensivos que rodamos por las calles de esta bella Isla de Margarita. Son estos restaurantes con orgullo y tradición que nos reciben y nos despiden con alegría, con el alimento que nos protege y la seguridad del apego que es lo único que nos salva. Comida con sabor a hogar o con tradición culinaria, cuento y anécdota.

En la Av. 4 de Mayo en Porlamar encontramos a Byblos, una metamorfosis a través del tiempo que ha llevado a la mutación casi biológica de un minimarket de delicatesse en un sabroso comedor que obliga a compartir en colectivo los condumios, caldos, arroces, tabules, salsas y falafel de la rigurosa cocina libanesa. Su encanto no solo esta en su autoservicio o en la suerte de comedero provinciano que se origina en la distribución de las mesas. Quizás este en sus propietarios quienes ofrecen sus sonrisas del medio oriente o en el servicio siempre atento a complacer los deseos y caprichos del comensal. Ya no solo es participar en el saludo cordial con amigos y conocidos que tropezamos frecuentemente en Byblos. Encuentros que aprovechamos con las conversaciones pendientes y hasta los afectos trastocados por la azarosa vida urbana que comenzamos a padecer en la Isla. Es fundamentalmente en su fogón donde reside el lar, el calor de su cocina y la sabrosura de su sazón. Recetas familiares que han pervivido en el tiempo y sobrevivido a los embates de la migración y el refugio. Desde sus kibbes hasta sus cremas de yogurt, el intenso sabor del kafta, el honesto falafel y el hermoso arroz de almendras y pollo. Todos reunidos en una sola exhibición y de la cual puede escogerse sabores mas occidentales y criollos como el asado, el pollo al horno, el plátano horneado y hasta el regenerador hervido de pollo. Y si esto fuera poco al salir nos espera los frutos macerados y dulces de la atávica tradición árabe traídos directamente del medio oriente llevándonos en el paladar el intenso gusto de su cocina, sus sabores y su abrazadora cordialidad. Seducción suficiente para volver cualquier día de la semana.

En segundo término, nos referiremos al Restaurant El Rancho de Pablo en el Centro Sambil. Trayendo la sabiduría de su sede a orilla de playa en Bella Vista llega con creces el único restaurante auténticamente margariteño de este centro comercial nos ofrece el variado y marino sabor de la gastronomía insular. Se trata del insobornable sabor de la fosforera y del fresco tejido del verdadero pescado fresco. Una oferta inevitable que nos deja el sabor marino en sus platos y en nuestra boca la sapiencia de los fogones insulares. El pescado a la plancha que se hace bocado supremo; caldos, hervidos y asopados con intenso gusto local. Una decoración precisa y una atención honesta y ajustada a las características de nuestra isla: amable, llena de humor y algunas veces hasta pasada de cordial. Así nuestra gente, así su trato y hospitalidad, así mismo su cocina. Generosa y marcada de mar por todos sus bordes.
Y si esto fuera poco contemos el hermoso atardecer en la bahía de Manzanillo junto a “La Popular Rosenda”. De allí son demasiados los momentos que atesoramos en nuestra vida. Nuestra memoria se ha sabido impregnar de la cultura margariteña estando en sus mesas, abrazándonos a su gente y oliendo el tabaco de Rosenda al entrar o el salir. Llegar a su restaurante es también llegar a su casa. Rosenda no escatima su verbo a quien le sonríe. Rosenda no escatima en su cocina el sabor del mar. Félix y Cheché, dos simpáticos y eléctricos servidores que nos hacen felices nuestros atardeceres en esta hermosa bahía. Ahí aprendimos a saborear el pescado fresco a la plancha, a reconocer los enormes mejillones que deberían tener “denominación de origen manzanillero”. Hemos halado del tren de pesca al lado de los musculosos brazos de la tradición margariteña. Hemos sabido de sus frías aguas y disfrutado de las horas de solaz infantiles cuando salen los párvulos a jugar en su “patio” trasero. Y si a esto hay que sumarle algo mas recordaremos entonces que en el restaurante de Rosenda se respira la más exacta referencia de la margariteñidad. De esa que no solo habla del doblar las esquinas para indicar una dirección; del antier y del mañana como medidas de tiempo y donde el único culpable es el salitre. Al cerrar la tarde y caer el sol, Félix y Cheché agradecidos llevan las vísceras y restos de pescados a la mar. Ofrenda para agradecer lo que desprendidamente les entrega durante el día. Rosenda es también la sencillez, la humanidad y el sabor de su cocina que se recoge en sus platos, el calor de su pecho y el afecto en su abrazo recio. Definitivamente, en ese marco y esa escenografía, recalquemos que es el mejor pescado a la plancha de toda la Isla de Margarita. Así es la popular Rosenda.
Articulo publicado en la Revista Paladares Arte Gastronomico. Edicion # 7. Julio, 2.007
Isla de Margarita, Venezuela

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