Un aceite de oliva es mas que un lenguaje para establecer un diálogo. Es un baño dorado con el que se puede radicar ciertas ideas e iniciar el placer de los paladares hacia el horizonte de los platos vacíos. Un aceite de oliva puede encantar, seducir y enamorar llevándonos hacia el calendario de los enajenados o el reloj de alarma de los emancipados.
Cuando probé el aceite de oliva de Henri
Mor sabíamos que algo iba a cambiar para siempre en mi vida. Se venía la
certeza de un saber virgen e inusitado. De un acercamiento al cual le tiene uno
la temeridad de que se lo lleve a uno a los barrancos de la vía a Pedro
González. Mirar un islote frente al mirador de Constanza y soñar con que,
radicado allí, más nunca necesitarás de otra cosa que conseguir el placer en
los jugosos tomates margariteños con hojuelas de Maldon y la lluvia pertinaz
del aceite de oliva extra virgen Henri Mor.
Hay que darles la vuelta a las verdades cotidianas,
que, por necesarias, diluyen la diferencia de los días repetidos. Y en una cata
de aceite de oliva, la constante repetición de las rutinas puede colapsar y dar
paso a las grandes cosas sencillas.
A ver.