Los amantes del pan bueno-bueno, del pan que encanta, del
pan que nos merecemos, tuvimos durante mucho tiempo un sitio para conseguir
furtivamente el mejor pan de Margarita. Lo teníamos escondido. Solo se accedía
a él por algún chat de Whatsapp, por el que unos elegidos podían obtener una pequeña
porción de pan Campesino o Caniggia de los pocos que se horneaban diariamente y
por previo pedido.
Fue tal vez ese ejercicio oculto que tras la desvencijada puerta de una vieja casa, marcada con el número 76 en la calle principal de Pampatar, que nos permitía a los diletantes del sabroso y robusto pan de Sergio Fucci quienes logramos que se convirtiera en un templo elitesco de los amantes del amasijo artesanal. Ese aire casi cladestino le da una caracteristica seductora definitiva. Aunque contradictoria, pues su intenso aroma de pan horneado le hace imposible diluirse entre el trafico y los avatares de la vida pampatareña. Y resultó que el boca a boca le vertieran de cierto encanto y fama, no pasara mucho tiempo. Una fama que hacia pedir con días de anticipación el pedido de panes que uno deseaba disfrutar cotidianamente en casa o en mi caso, por ejemplo, los fines de semana. Durante el claustro de la pandemia, fue un oasis donde confluíamos quienes queríamos volver a saborear los placeres del pan y la focacia. le llevó a las mesas de los restaurantes mas exigentes, a catas y degustaciones que requerían de panes de gran calidad.
Fue tal vez ese ejercicio oculto que tras la desvencijada puerta de una vieja casa, marcada con el número 76 en la calle principal de Pampatar, que nos permitía a los diletantes del sabroso y robusto pan de Sergio Fucci quienes logramos que se convirtiera en un templo elitesco de los amantes del amasijo artesanal. Ese aire casi cladestino le da una caracteristica seductora definitiva. Aunque contradictoria, pues su intenso aroma de pan horneado le hace imposible diluirse entre el trafico y los avatares de la vida pampatareña. Y resultó que el boca a boca le vertieran de cierto encanto y fama, no pasara mucho tiempo. Una fama que hacia pedir con días de anticipación el pedido de panes que uno deseaba disfrutar cotidianamente en casa o en mi caso, por ejemplo, los fines de semana. Durante el claustro de la pandemia, fue un oasis donde confluíamos quienes queríamos volver a saborear los placeres del pan y la focacia. le llevó a las mesas de los restaurantes mas exigentes, a catas y degustaciones que requerían de panes de gran calidad.