jueves, octubre 17, 2024

DE LA EREPA GUAIQUERÍ A LA AREPA DE LOS MOYA

Oscurito se paraba / la hermosa mujer mestiza
y con cal y con ceniza / nuestro maíz calentaba.
En la piedra lo quebraba / desparramando su greña,
le metía al fogón la leña, / escucha José Farías:
así era como se hacía / la arepa margariteña.
La Arepa Margariteña – José Ramón Villarroel

Arepa Arrimada Margariteña
Cuando llegamos a casa de los Hermanos Moya en El Salado (Isla de Margarita), rendimos tributo a una familia que tiene mas de 51 años amasando y haciendo arepas con los sabores e ingredientes margariteños. Costumbre inveterada que identifica un gentilicio y que sigue siendo un rito que repetimos incansables y diariamente en nuestras vidas insulares. Quizás tengamos más de 2000 años cultivando y consumiendo maíz en estas tierras, es decir, comiendo arepas como parte de la rica alimentación guaiquerí que se sienta sobre la pesca marina, moluscos, auyama, chaco y ají, sin dejar de nombrar la yuca, que dio alimento seguro y estable durante los largos viajes marítimos que acostumbraron nuestros indígenas.
 
La arepa como acompañante y no como alimento principal, detalle en la que también comparte función con el casabe.  Aunque en algunas subregiones insulares aun se mantiene como alimento de sustento, sustitución o incluso provisión, durante las largas jornadas de faenas pesqueras, campañas o en trabajos de cultivos. En algún momento del siglo pasado, se comenzó a utilizar nuestra arepa en vehículo contenedor de otros sabores, guisos o rellenos. Tampoco hay data cierta de esta transformación, pero seguramente esta vinculada a la producción masiva de harina precocida y al surgimiento de otros modelos de negocios en torno a este disco de masa de maíz, en otras ciudades del país. No faltará quien achaque también al surgimiento de los ferris de Fucho Tovar el advenimiento de esta forma de consumir arepas, como también se le endilga la llegada de la lechuga, la papa y otras exquisiteces alimentarias y costumbres a estas tierras.
 
El asunto es que nuestra relación con el maíz y con la arepa es de larguísima data, que vale la pena procesar, documentar y analizar para terminar de armar una historia que no ha sido escrita y que ya va siendo hora que los investigadores, antropólogos, sociólogos y otros averiguadores sienten por escrito esa parte de nuestra historia que esta aún por escribir y publicar. Vayamos por partes.