Hace algunos años la escritora chilena Isabel Allende escribió en nuestro país esta ya celebre novela. La recuerdo tanto como su horrible versión cinematográfica, realizada por cierto por la creadora venezolana, Betty Kaplan. El asunto es que de aquella narración sobresaltada en el marco de la dictadura militar del gorila Pinochet hasta nuestros días son muchas las cosas que nos unen y nos separan. En primer lugar, la existencia de una bota militar que autoritariamente busca asentarse en el cuello de quienes levantan la voz para disentir en el mas vivo ejemplo de libre expresión universal amparada por leyes, cartas y acuerdos interplanetarios. En segundo lugar, las consecuencias de esta intolerancia que, siendo macerada en el militarismo, nos deja en el gusto. Un sabor extraño y amargo, quizás poco amable en nuestro paladar, lejano a nuestras libertades amenazadas y alegrías sospechosas. Ese tufo a atropello maloliente, a irrespeto por el otro. Esa suerte de bolsa unívitelina, que como dice, Francisco Suniaga en esa extraordinaria novela venezolana La Otra Isla, contiene a los extremistas de izquierda y de derecha, en la que da igual disentir por la libre empresa que por la justicia social, pues quien disiente de algo también esta pretendiendo estar por encima de mi verdad que debe ser impuesta sin vacilaciones pues yo solo cargo a cuestas la única verdad posible y la salvación.
Extremismos estos que nos han llevado, desde la zona austral hasta el sur del Río Grande a espolvorear nuestra sangre vertida en esta tierra de gracia. A zaherirnos y amontonarnos como babas cazadas en las orillas de los caños para ofrecer la mejor peletería sumisa a los vecinos poderosos de arriba.
En tercer lugar agreguemos que, como nunca antes, quienes pretendemos sacudirnos estos maleficios tampoco pertenecemos a la derecha ramplona o fascista o golpista, ni mucho menos. Ni olemos a azufre, así como tampoco mostramos las fotografías con las orejitas del ratoncito de Disney. Tampoco hoy, es bueno decirlo, daríamos un lamento por la muerte del tirano antillano ni nos despechamos escuchando a la anticuada Nueva Trova.
El asunto es que a estas alturas nos hablan de amor y nos arropan las sombras. Los distintos escenarios son manoseados con demasiada frecuencia. No queremos que nos tome de sorpresa la voluntad popular. Por lo pronto, casi un 80% de nuestro país ve con buenos ojos el mensaje de amor de nuestro presidente, como si de improviso y enmantillado haya recibido la unción de los santos para bajar el verbo y con la manta de los carismáticos hacernos ver un cordero de Dios que quiere borrar los pecados del mundo desde la mismísima ONU antes que corregir los propios en nuestra tierra.
Solo me queda decir como en aquellos famosos boleros: Cuando tú te hayas ido con mi dolor a solas, evocare el idilio de las azules olas. Cuando tú te hayas ido me envolverán las sombras. Pues aparte de sombra, cenizas, solo cenizas quedara de todo lo que fue tu amor…
Extremismos estos que nos han llevado, desde la zona austral hasta el sur del Río Grande a espolvorear nuestra sangre vertida en esta tierra de gracia. A zaherirnos y amontonarnos como babas cazadas en las orillas de los caños para ofrecer la mejor peletería sumisa a los vecinos poderosos de arriba.
En tercer lugar agreguemos que, como nunca antes, quienes pretendemos sacudirnos estos maleficios tampoco pertenecemos a la derecha ramplona o fascista o golpista, ni mucho menos. Ni olemos a azufre, así como tampoco mostramos las fotografías con las orejitas del ratoncito de Disney. Tampoco hoy, es bueno decirlo, daríamos un lamento por la muerte del tirano antillano ni nos despechamos escuchando a la anticuada Nueva Trova.
El asunto es que a estas alturas nos hablan de amor y nos arropan las sombras. Los distintos escenarios son manoseados con demasiada frecuencia. No queremos que nos tome de sorpresa la voluntad popular. Por lo pronto, casi un 80% de nuestro país ve con buenos ojos el mensaje de amor de nuestro presidente, como si de improviso y enmantillado haya recibido la unción de los santos para bajar el verbo y con la manta de los carismáticos hacernos ver un cordero de Dios que quiere borrar los pecados del mundo desde la mismísima ONU antes que corregir los propios en nuestra tierra.
Solo me queda decir como en aquellos famosos boleros: Cuando tú te hayas ido con mi dolor a solas, evocare el idilio de las azules olas. Cuando tú te hayas ido me envolverán las sombras. Pues aparte de sombra, cenizas, solo cenizas quedara de todo lo que fue tu amor…