El jazz es un abrazo en la madrugada. Si hubiese la manera de permanecer en su abrazo no existiese los espacios de la soledad. El jazz es una calada que arrastra de todo, que mueve el fondo; que todo lo trae y todo lo lleva. El jazz es como una fuente de la que beben todos y todos la llenan. Nadie traiciona al jazz porque el jazz a nadie pertenece. Para poseerlo se le debe sentir en las venas. Nadie finge amar el jazz, pues para amarlo hay que saberlo, como el aceite de la mujer. El jazz cuando se apropia de alguien ya más nunca abandona sus días. El jazz es una sentencia en la que todos presumimos la certeza de ser amantes o infieles sin serlo.
El jazz se hace nuestro cuando lo bebemos, aunque no todos se atreven a escanciar ese licor. Incluso cuando se lo brindas a alguien, por lo general sabe que es un buen elixir pero tarda días en saber que ha sido intoxicado con su veneno.
Con la mujer es distinto, pues ella lleva per se inoculado el virus del jazz. Cuando bebemos de sus labios, nos esta suministrando la dosis exacta para permitirnos enfermar de amor o de jazz que es lo mismo, se sabe.
En algunos casos, el cuerpo toxico de alguna mujer lleva la porción infectocontagiosa del virus del jazz. Sin saberlo se convierte en portadora de una oculta y variable cepa que reposa en el fondo de sus hendiduras.
Muchas veces he tenido que rescatar amigos que van tras el cuerpo del jazz y este se resiste pues no reside en un disco sino en el fondo de la casa de la mujer que es el sitio del descampado y el profundo gozo.
Hay mujeres que nos dan la vitamina de su sexo y al mismo tiempo nos emponzoñan con el fortísimo veneno del jazz. En el cuerpo de la mujer no solo reside la casa. Allí reside el sabio e inagotable pozo del veneno del jazz. Quien ha probado de un solo sorbo el insondable y misterioso pozo de la mujer sabe que el jazz tiene un elixir que sabe a la locura de sus profundidades, de su hendidura, de su envés. Un orgasmo las hace más bellas, un jam-sessions nos hace felices. Es así la naturaleza de los adictos al jazz.
Hace apenas unas horas se derramo el mas toxico de los venenos sobre el cuerpo de esta bella isla. Anduvimos desaprensivos, abiertos y desnudos, sin vacunas; corriendo a excitarnos con calma en el profundo gozo del jazz en todas sus arterias o sus calles, que como los ríos van a dar a la mar que es el morir.
Junto a Miguel Angel y a Oscar hallamos el bello cuerpo del jazz y lo compartimos hasta llorar. Estuvimos dispuestos a morir de jazz como si de un mal endémico se tratara, o en la amplia pradera de la espalda de la mujer que llevaba el amor toxico del jazz en su piel y en su vientre, que es donde se esconden las bellas notas del saxo.Ha llegado el Jazz a Margarita y es como celebrar la llegada del virus a nuestras costas. Celebrarlo, como dice Montejo, para vivir o para morir, ya no se sabe, porque al entrar ya no se sabe.
El jazz se hace nuestro cuando lo bebemos, aunque no todos se atreven a escanciar ese licor. Incluso cuando se lo brindas a alguien, por lo general sabe que es un buen elixir pero tarda días en saber que ha sido intoxicado con su veneno.
Con la mujer es distinto, pues ella lleva per se inoculado el virus del jazz. Cuando bebemos de sus labios, nos esta suministrando la dosis exacta para permitirnos enfermar de amor o de jazz que es lo mismo, se sabe.
En algunos casos, el cuerpo toxico de alguna mujer lleva la porción infectocontagiosa del virus del jazz. Sin saberlo se convierte en portadora de una oculta y variable cepa que reposa en el fondo de sus hendiduras.
Muchas veces he tenido que rescatar amigos que van tras el cuerpo del jazz y este se resiste pues no reside en un disco sino en el fondo de la casa de la mujer que es el sitio del descampado y el profundo gozo.
Hay mujeres que nos dan la vitamina de su sexo y al mismo tiempo nos emponzoñan con el fortísimo veneno del jazz. En el cuerpo de la mujer no solo reside la casa. Allí reside el sabio e inagotable pozo del veneno del jazz. Quien ha probado de un solo sorbo el insondable y misterioso pozo de la mujer sabe que el jazz tiene un elixir que sabe a la locura de sus profundidades, de su hendidura, de su envés. Un orgasmo las hace más bellas, un jam-sessions nos hace felices. Es así la naturaleza de los adictos al jazz.
Hace apenas unas horas se derramo el mas toxico de los venenos sobre el cuerpo de esta bella isla. Anduvimos desaprensivos, abiertos y desnudos, sin vacunas; corriendo a excitarnos con calma en el profundo gozo del jazz en todas sus arterias o sus calles, que como los ríos van a dar a la mar que es el morir.
Junto a Miguel Angel y a Oscar hallamos el bello cuerpo del jazz y lo compartimos hasta llorar. Estuvimos dispuestos a morir de jazz como si de un mal endémico se tratara, o en la amplia pradera de la espalda de la mujer que llevaba el amor toxico del jazz en su piel y en su vientre, que es donde se esconden las bellas notas del saxo.Ha llegado el Jazz a Margarita y es como celebrar la llegada del virus a nuestras costas. Celebrarlo, como dice Montejo, para vivir o para morir, ya no se sabe, porque al entrar ya no se sabe.
Publicado en diario Sol de Margarita. Noviembre, 2.005.