“Aquí vamos, mi amigo.. ¡empeorando satisfactoriamente!”
Beltrán Alfaro
Beltrán Alfaro
Sin mucho análisis psicoanalítico o sociológico hemos de entender y aceptar que mucho de lo que vivimos hoy los venezolanos en parte tiene su asidero en nuestra propia forma de ser. Dicharacheros, amantes de la rumba eterna y el bochinche. Somos fiesta y jolgorio. Diletantes enfebrecidos de la irresponsabilidad y el asueto. Amantes fieles de la pachanga y el “vivalapepismo”. Nos apasiona escurrir el bulto y dejar para pasado mañana lo que pudiéramos hacer mañana. Esa entrega total a las decisiones pospuestas o traspasadas. Nunca aquí la determinación. Por intermedia persona podremos permanecer atados a los tiempos del que decida.
Pero es que además de eso nos encanta un hombre dicharachero. Un líder más bien apabullante aunque a veces parezca incoherente. No nos interesa si es probo y honesto. Eso no es lo importante. Lo que nos importa es que grite duro (verdades o mentiras, pero gritos al fin), fuerte, recio. Que ofenda, que sea irreverente, que blasfeme, incluso. Que derrita las masas enristrando argumentos al vuelo tratando de ofender a quienes detentan el poder.
Desde mi niñez, recuerdo una frase que de labios de muchas personas mayores brotaba con frecuente facilidad: “¡Aquí lo que falta es gobierno!. Aquí lo que falta es autoridá...!” Esta frase es sencilla pero delatadora de nuestra propia identidad autoritaria, igualmente denota nuestro afán por conseguir un ente supremo que decida por nosotros, que imparta, que determiné... que prohíba. Un líder que nos salve y, obviamente, nos permita el jueguito de lotería, el béisbol, el 5 y 6, las cervecitas de fin de semana (¡mínime!) y que nos deje coger o que nos ponga donde “haiga”.
Todo esto es parte del coctel que pervive hoy día en nosotros. Porque lo que vivimos hoy no es un aquel, no es un otro. Es ese que manda que nos une como gentilicio y nos representa, y para que ese otro abandone los altos destinos de nuestro país, deberá irse dentro de nosotros mismos ese referente de demagogia, militarismo, autoritaristo, autocratismo, desapego a las leyes y todos nuestros horrores colectivos amasados en la intimidad y la certidumbre de nuestra identidad nacional.
Para que podamos seguir andando por el mejor camino deberá supervivir la sensatez y la razón. El trabajo y la nobleza. El esfuerzo y el ejemplo. El resultado de las mejores batallas ganadas con tesón, con trabajo, sacrificio y coherencia. Hoy cuando un venezolano levanta un hermoso trofeo en el exterior y abrazado a nuestro pabellón patrio, grita: ¡Viva Venezuela! ¡Viva Chávez! Nos damos cuenta que él también representa todo lo que somos los venezolanos; toda la guerra que debemos desatar los venezolanos en nosotros mismos. Guillén es parte de lo que amamos y odiamos en Chávez. Es nuestro yo. Nuestro envés. Cara y sello de nuestra moneda. Guillén es ese que amamos y no nos gusta admitirlo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario