Todo parte de la idea de hacerle creer al pueblo lo mucho que recibir del líder, lo mucho que le debe, lo que eternamente le estará agradecido. E incluso, se le siembra a cambio, lo mucho que puede perder sino ejerce su libre, democrático y participativo derecho a odiar, con el mismo resentimiento con que él lo hace. Todo esto basado en la superposición de voluntades o de posturas. Se trata también de imponer la verdad de unos sobre otros. Es la siembra de verdades parciales por sobre los criterios de la otra parte del país. No importa el número, se trata de verdades impuestas.
La imposición de un pensamiento único pasa por la siembra de una sola verdad, la lucha de clases, una ideología, una historia re-escrita, el establecimiento de unos símbolos propios, el cambio de la imagen institucional de todos los organismos del Estado sin dejar de lado el arrasamiento de la disidencia, la comunicación de una sola verdad por encima del pensamiento variable como consecuencia de los controles de toda expresión artística o intelectual de signo contrario al establecido por el régimen. De allí que el cambio del escudo, la estrella adicional en el pabellón nacional, la unificación de los logotipos de las instituciones culturales, amen de la abolición de la educación religiosa y la confección de un poderoso aparato de control mediático son solo elementos que describen un feroz establecimiento de un estado autocrático e intolerante. Ese mismo estado que ha cancelado la posibilidad del debate pues el ámbito abierto del discurso crítico termina siendo un apoyo a las políticas pasadas.
El poder premoderno que ejerce el régimen sobre toda la sociedad se manifiesta en la siembra del odio de clases, la justificación del delito y la agresión, la impunidad en los delitos de intolerancia y en el amedrentamiento de los disidentes. Nunca antes un gobierno había ejercido sobre las clases populares tal manipulación para asentarles la tenebrosa e irremediable dependencia de sus beneficios, becas y misiones a cambio de sus favores electorales y sus placeres defensivos. Una suerte de prostitución social en la que el proxeneta decanta sus ingentes recursos en convencer a la mayor suma de venezolanos de recibir de esa forma lo que los demás derrocharon en la fiesta mas larga del siglo XX. Lo peor es que para seguir disfrutándolo deberán accionar las armas, electorales o bélicas, para seguir usufructuando los recursos que hoy llueven en forma de pozo petrolero explotado como lo hiciera Hussein hace algunos años.
Como quiera que los que intentan servirse de esto son los intolerantes, sabemos ahora que por esta vía también se robustecen las neodictaduras o las neoautocracias. Con la siembra del militarismo, la visión autoritaria, la inocultable persistencia en humillar al otro y la aborrecible conquista del odio en nuestros corazones. El combustible de todos los domingos que enciende la pradera. Ya no para torcer los terribles destinos atesorados por el imperialismo; la búsqueda del hombre nuevo o la construcción de un nuevo país. Se trata ahora de estar al borde del abismo al que nos han traído los entusiastas defensores del proceso ignorantes todos o cómplices de las trampas que tiende su líder en las ansias de conquistar el mundo a lo Pinky y Cerebro. La siembra del odio es solo una forma de entender el mundo, una manera de vengarse del pasado y evitar el sueño de merecer un mundo mejor. Todos merecemos convivir sin miedo y abrazados sin odios, dejando solo en las comiquitas esos seres atrasados y premodernos que hoy intentan conquistar el mundo… como todos los días.
La imposición de un pensamiento único pasa por la siembra de una sola verdad, la lucha de clases, una ideología, una historia re-escrita, el establecimiento de unos símbolos propios, el cambio de la imagen institucional de todos los organismos del Estado sin dejar de lado el arrasamiento de la disidencia, la comunicación de una sola verdad por encima del pensamiento variable como consecuencia de los controles de toda expresión artística o intelectual de signo contrario al establecido por el régimen. De allí que el cambio del escudo, la estrella adicional en el pabellón nacional, la unificación de los logotipos de las instituciones culturales, amen de la abolición de la educación religiosa y la confección de un poderoso aparato de control mediático son solo elementos que describen un feroz establecimiento de un estado autocrático e intolerante. Ese mismo estado que ha cancelado la posibilidad del debate pues el ámbito abierto del discurso crítico termina siendo un apoyo a las políticas pasadas.
El poder premoderno que ejerce el régimen sobre toda la sociedad se manifiesta en la siembra del odio de clases, la justificación del delito y la agresión, la impunidad en los delitos de intolerancia y en el amedrentamiento de los disidentes. Nunca antes un gobierno había ejercido sobre las clases populares tal manipulación para asentarles la tenebrosa e irremediable dependencia de sus beneficios, becas y misiones a cambio de sus favores electorales y sus placeres defensivos. Una suerte de prostitución social en la que el proxeneta decanta sus ingentes recursos en convencer a la mayor suma de venezolanos de recibir de esa forma lo que los demás derrocharon en la fiesta mas larga del siglo XX. Lo peor es que para seguir disfrutándolo deberán accionar las armas, electorales o bélicas, para seguir usufructuando los recursos que hoy llueven en forma de pozo petrolero explotado como lo hiciera Hussein hace algunos años.
Como quiera que los que intentan servirse de esto son los intolerantes, sabemos ahora que por esta vía también se robustecen las neodictaduras o las neoautocracias. Con la siembra del militarismo, la visión autoritaria, la inocultable persistencia en humillar al otro y la aborrecible conquista del odio en nuestros corazones. El combustible de todos los domingos que enciende la pradera. Ya no para torcer los terribles destinos atesorados por el imperialismo; la búsqueda del hombre nuevo o la construcción de un nuevo país. Se trata ahora de estar al borde del abismo al que nos han traído los entusiastas defensores del proceso ignorantes todos o cómplices de las trampas que tiende su líder en las ansias de conquistar el mundo a lo Pinky y Cerebro. La siembra del odio es solo una forma de entender el mundo, una manera de vengarse del pasado y evitar el sueño de merecer un mundo mejor. Todos merecemos convivir sin miedo y abrazados sin odios, dejando solo en las comiquitas esos seres atrasados y premodernos que hoy intentan conquistar el mundo… como todos los días.
Publicado Sol de Margarita. 25 de Abril, 2.006.
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