Desde hace unas
semanas hemos venido disfrutando la llegada a nuestros buzones de chats y de
correos electrónicos especímenes de libros en sus ediciones digitales para
poder leer en nuestros dispositivos, laptops y cualquier equipo portátil. La
idea no era descabellada, toda vez que la cuarentena mundial, asumida por todos
los gobiernos del orbe, impusieron restricciones y distanciamiento social para
tratar de contrarrestar la propagación del COVID-19.
Con el cierre de
centros comerciales y librerías, se activó una iniciativa de algunas
editoriales y los mismos autores a compartir algunos de sus libros en ediciones
especiales que dieran un aporte a la humanidad que permanecía forzosamente encerrada
en sus casas. Estas ediciones que se compartieron, en mayor o menor grado,
dependiendo del lector, podían carecer de la belleza y contundencia de las
ediciones de papel. A algunas se les suprimieron las imágenes e ilustraciones.
En el caso de los recetarios, las recetas, si bien estaban completas, les
fueron eliminadas las imágenes de los platos y productos usados en su
confección. Con ello se buscaba, en algunos casos, mantener el atractivo del
libro impreso por encima del libro electrónico, pero sobretodo se hacía un
esfuerzo por preservar los derechos asociados a la obra original.