La Isla de Margarita es un reservorio de ejemplos y permanentes ejercicios de resistencia. Nuestra dependencia casi absoluta del turismo, nos han mantenido sobre un piso de sustentabilidad volátil y frágil todo el tiempo. Han sido crisis, sobre crisis, colapsos sobre colapsos; cierres, bloqueos, pandemia, desconexión, deterioro económico, social, servicios, infraestructura… en fin, un catálogo de cómo recibir el impacto de una crisis desde la dependencia de una sola industria: turismo. Y ante eso, nos hemos vuelto postgraduados. En resistir y persistir, los margariteños tenemos PHD, dictamos cátedras y repartimos diplomados a manos llenas.
El más
reciente ejemplo de persistencia, lo conseguimos en Guillermina Restaurante.
Una propuesta que se ha mantenido en medio de la crisis insular (permanente),
del derrumbamiento de la economía asuntina y del deterioro comercial de la
isla. Ha sobrevivido a los últimos 4 años de trances económicos y sociales del
estado, y ha permanecido, gracias al grueso y obstinado proyecto de su creador,
Carlos Guerra, sorteando la demolición de la isla. No se trata de abrir la
parafernalia de nuevos locales o de propuestas vacuas e insostenibles. Se trata
de mantener una estructura perfectamente concebida, una restauración correcta y
el desarrollo de un concepto gastronómico turístico acertado y apropiado,
siempre mirando hacia adelante. En eso, Guerra se ha convertido en un referente
de inteligencia y visión de amplio pulso y persistencia.
Entonces,
es cuando valoramos que Guillermina restaurant en el centro histórico de La
Asunción, se mantenga impertérrita, digna y robusta, luego de cuatro años de
espera. Porque nunca se encerró en si misma, sino lo necesario.