La Isla
de Margarita esta llena de ejemplos de gente que ha descubierto en la
gastronomía su verdadero destino en esta vida. Gente que deja sus oficios y
profesiones para dedicarse a desempolvar los recetarios familiares y comenzar a
preparar tales recetas para venderlas en la puerta de la casa o por las redes
sociales. Otros dejan escuelas y hospitales para preparar licores o fermentados
con los frutos que caen en el patio de la casa, y no solo disfrutarlos sino
vivir de ellos. Este es el caso de Leida y Yumeli, dos hermanas de una gran
familia que se han dedicado a producir a partir de su despensa. Y su despensa
es sencillamente su patio, la finca familiar, los alrededores de la casa, la
tierra, La Grea de Candelario, su padre.
En un
momento dado, el paisaje de la casa familiar estaba tapizado de tamarindos,
dátiles y parchitas. Había que hacer algo con aquello que mas que paisaje
formaba parte de sus historias, sus costumbres. Y comenzaron a indagar y
estudiar para producir mas que licores, una transformación que las llevo a
dejar algunos sueños y proyectos, cambiarlos por otros.
Consiguieron
en diplomados, cursos y talleres métodos y técnicas que les ayudaran a ensamblar
un modelo de negocio que las impulsara a conseguir de la mejor manera que estos
productos pudieran darles un ingreso adicional y complementar su sustentación,
en medio de las crisis que habitualmente nos han azotado. Esto ocurre en los
inicios de la década pasada en el Programa de Apoyo al Emprendedor de la
Universidad Corporativa Sigo y en el Diplomado de Emprendedores Gastronómicos
de la Fundación Fogones y Bandera. Y aquello que fuera una alternativa, un complemento
se convierte rápidamente en un proyecto de vida, un destino. Y fue así, como
dejaron la docencia y la enfermería por una pequeña empresa que sobrepasó los
embotellados, y ahora les cuento cómo es eso.