Uno en esta vida de gastronauta que nos ha tocado disfrutar se ha conseguido de todo. Muchas rarezas y muchos hallazgos. Descubrimientos que uno los disfruta mientras puede, incluso hemos tenido que ocultar esos encuentros por temor a que con el paso inmediato del anonimato a la popularidad se les extravíen valores y aciertos que terminamos por desecharlos. Pequeños restaurantes a los que preferimos dejar detenidos en la memoria gastronómica y no volver a visitar. Recordarlos desde allí. No obstante, también hemos disfrutado los otros a los que no deseáramos volver. De los que uno sale con ese extraño sabor en boca de haber acudido a un asunto de asalto o de despilfarro. Y de eso vamos a hablar…
Hay sitios en el que a uno se le pone creativo el mesonero. En el que decide por ejemplo entre la mesa y la cocina cambiar la comanda y doblar la nación de la ensalada porque “me di cuenta que usted come mucho, maestro”. O aquellos en los que te cambian la fruta del batido o el tipo del pescado y se asombran y hasta le dicen a uno: “nunca pensé que se iba a dar cuenta”. Están los otros los que aprovechándose del nivel etílico del comensal se aprovechan para abultar las cuentas… pero de esos no vamos a hablar.
Hay otra anécdota que nadie nos cree. Nos sucedió hace unos años a un par de parejas en un restaurante en Pampatar al que le dedica mucho espacio la fauna farandulera y bancaria del país. El caso es que la muchachita que nos atendió no supo aceptar como respuesta a su inocente o ignorante pregunta de si íbamos a comer. Resulta que los hombres de la mesa (con mucho humor, por cierto) tuvimos que soportar la mala pasada, pues nos dejaron fuera de la comanda y al reaccionar ya era demasiado tarde para comer porque habían cerrado la cocina!. Bárbaro e increíble y ni una disculpa de su propietaria pudimos recibir.
Esos son casos hasta jocosos. Lo que no es jocoso son esos sitios en los que te traen pan con ajo o casabe con parmesano sin haberlos pedido, sin habértelo comido con la perfecta excusa de inflarle la cuenta. Están otros a los que uno solicita dos vasos de agua y le traen una botella de litro y medio de agua mineral importada y te la cobran a precio de 18 años. Un gesto deshonesto y tracalero al que uno debe reaccionar como comensal.
Están otros sitios en los que la pésima decoración e interiorismo redundan en una atmósfera terrible, intentando vendértela como de vanguardia, o rustica o caribeña. Pero el mal gusto ya es otra cosa de la que uno puede fácilmente escapar. Ni siquiera pasando frente a estos establecimientos.
Hay de los que pretenden en cambio venderte cocina creativa o fusión venezolana pero escasamente llegan a caraota recalentada con carne mechada refrita a lo pata e’ grillo larense, todo esto en paredes desvencijadas, descascaradas y pisos a retazos, pero cuando te llega la cuenta la creatividad se les va al techo (al que por cierto, le falta un poco de mantenimiento) pues te quieren cobrar como si estuvieras comiendo en un hotel 5 estrellas o en el Centro Sambil.
Y en el sambil hay un sitio que reúne varias de estas taras. Sobre todo porque:
-El mesonero se pone creativo y al destapar la botella del elixir, sin pedir permiso arroja dos chorros del preciado liquido sin chistar como si tal cosa y como si esa botella fuera de el.
-Le colocan un pan tieso embadurnado de mantequilla con ajo (no al ajillo) sin haberlo pedido y hasta se lo intentan cobrar aun habiendo devuelto el obsequio que uno no tarda en descubrir que se lo están agregando en la cuenta.
-Al menos la carne que tanto me han recomendado no pasa de ser la de un restaurante de carnes de carretera. Un t-bone sin frescura y de textura prieta y densa. Sangrante si, pero de mala percepción olfativa. Corte medio, de unos 600 grs. Por lo que el corte transverso que supone exactas porciones de carne de lomito y solomo a los lados del hueso “t” no es consistente ni merece el aprecio de un sibarita de las carnes rojas. Todo esto estuviera bien si ocurrieran dos cosas:
-El precio del corte fuese correspondiente a la atención y la calidad de la carne. Por lo que podemos decir que es demasiado caro, ni siquiera costoso.
-El ambiente de fusión barrochanismo cursi pintarrajeado de blanco pretendidamente anglo-caribeño enmarca con esmirriadas varas de mangle el ambiente. Espacio desde el cual, por cierto, nunca se puede apreciar la pantalla gigante a no ser que sea con 4 palos encima… pero de mangle.
Lo peor de todo es que es la tercera vez que me ocurre, pero atendiendo a los comentarios de varios amigos decidí… bueno eso, caer nuevamente para comprobar que las dos veces anteriores el que tenia razón era yo en no volver a esta maroma o morisqueta de las islas antillanas… Fuera de mi lista por deshonesto y mala atención. Lo de la decoración es culpa mia, porque ¿quien me manda? Odio esos pastiches decorativos…
Hay sitios en el que a uno se le pone creativo el mesonero. En el que decide por ejemplo entre la mesa y la cocina cambiar la comanda y doblar la nación de la ensalada porque “me di cuenta que usted come mucho, maestro”. O aquellos en los que te cambian la fruta del batido o el tipo del pescado y se asombran y hasta le dicen a uno: “nunca pensé que se iba a dar cuenta”. Están los otros los que aprovechándose del nivel etílico del comensal se aprovechan para abultar las cuentas… pero de esos no vamos a hablar.
Hay otra anécdota que nadie nos cree. Nos sucedió hace unos años a un par de parejas en un restaurante en Pampatar al que le dedica mucho espacio la fauna farandulera y bancaria del país. El caso es que la muchachita que nos atendió no supo aceptar como respuesta a su inocente o ignorante pregunta de si íbamos a comer. Resulta que los hombres de la mesa (con mucho humor, por cierto) tuvimos que soportar la mala pasada, pues nos dejaron fuera de la comanda y al reaccionar ya era demasiado tarde para comer porque habían cerrado la cocina!. Bárbaro e increíble y ni una disculpa de su propietaria pudimos recibir.
Esos son casos hasta jocosos. Lo que no es jocoso son esos sitios en los que te traen pan con ajo o casabe con parmesano sin haberlos pedido, sin habértelo comido con la perfecta excusa de inflarle la cuenta. Están otros a los que uno solicita dos vasos de agua y le traen una botella de litro y medio de agua mineral importada y te la cobran a precio de 18 años. Un gesto deshonesto y tracalero al que uno debe reaccionar como comensal.
Están otros sitios en los que la pésima decoración e interiorismo redundan en una atmósfera terrible, intentando vendértela como de vanguardia, o rustica o caribeña. Pero el mal gusto ya es otra cosa de la que uno puede fácilmente escapar. Ni siquiera pasando frente a estos establecimientos.
Hay de los que pretenden en cambio venderte cocina creativa o fusión venezolana pero escasamente llegan a caraota recalentada con carne mechada refrita a lo pata e’ grillo larense, todo esto en paredes desvencijadas, descascaradas y pisos a retazos, pero cuando te llega la cuenta la creatividad se les va al techo (al que por cierto, le falta un poco de mantenimiento) pues te quieren cobrar como si estuvieras comiendo en un hotel 5 estrellas o en el Centro Sambil.
Y en el sambil hay un sitio que reúne varias de estas taras. Sobre todo porque:
-El mesonero se pone creativo y al destapar la botella del elixir, sin pedir permiso arroja dos chorros del preciado liquido sin chistar como si tal cosa y como si esa botella fuera de el.
-Le colocan un pan tieso embadurnado de mantequilla con ajo (no al ajillo) sin haberlo pedido y hasta se lo intentan cobrar aun habiendo devuelto el obsequio que uno no tarda en descubrir que se lo están agregando en la cuenta.
-Al menos la carne que tanto me han recomendado no pasa de ser la de un restaurante de carnes de carretera. Un t-bone sin frescura y de textura prieta y densa. Sangrante si, pero de mala percepción olfativa. Corte medio, de unos 600 grs. Por lo que el corte transverso que supone exactas porciones de carne de lomito y solomo a los lados del hueso “t” no es consistente ni merece el aprecio de un sibarita de las carnes rojas. Todo esto estuviera bien si ocurrieran dos cosas:
-El precio del corte fuese correspondiente a la atención y la calidad de la carne. Por lo que podemos decir que es demasiado caro, ni siquiera costoso.
-El ambiente de fusión barrochanismo cursi pintarrajeado de blanco pretendidamente anglo-caribeño enmarca con esmirriadas varas de mangle el ambiente. Espacio desde el cual, por cierto, nunca se puede apreciar la pantalla gigante a no ser que sea con 4 palos encima… pero de mangle.
Lo peor de todo es que es la tercera vez que me ocurre, pero atendiendo a los comentarios de varios amigos decidí… bueno eso, caer nuevamente para comprobar que las dos veces anteriores el que tenia razón era yo en no volver a esta maroma o morisqueta de las islas antillanas… Fuera de mi lista por deshonesto y mala atención. Lo de la decoración es culpa mia, porque ¿quien me manda? Odio esos pastiches decorativos…
Restaurant ANTILLANAS. Centro Sambil de Margarita. Entrada Playa El Yaque
Seccion EL ESPEJO ES EL PLATO. Programa CON AGUA O CON SODA. Exitos 94.9 FM. Isla de Margarita. Sabados 3:00 a 5:00 p.m.
www.conaguaoconsoda.com (audio digital - tiempo real)