Quiero dejar el aliento del pesimismo y atesorar el vaho de la esperanza. Y hasta he aprendido a caminar y respirar con un pañuelo en la nariz. Para votar solo se requiere la cedula y un poco de ilusión; de la que hemos ido perdiendo de a poco. Sumidos en nuestros gethos sociales también hemos perdido el roce con el resto del país. Para algunos que viven enclaustrados, temiendo la llegada de los “rojos” solo se asoman al mundo por la ventana del “mago de la cara de vidrio”. Viven atados a los determinismos que sabios opinadores mediáticos nos alertan en cambote. Victimas de temores sembrados ya no se atreven a creer ni en ellos mismos. Ni siquiera pueden huir de si mismos pues la apatía y el inmenso temor a perder los arrincona en sus hogares.
Y ese aislamiento nos ha dejado sembrados en el patio de las dudas. Bajo ese estado general de sospecha, como dijo Otaiza, ahora todos vivimos abrazados a nuestras almohadas sin ningún tipo de fe que nos salve o esperanza que nos aliente. Es el país de los aislados. Embebidos en la borracha temporada de los petrodólares bolivarianos navegamos en el elixir de la amnesia, queriendo pensar que el dia feliz esta por llegar, a la vuelta de la esquina y luego todo será diferente. Luego todos seremos felices. Luego, olvidaremos todo; caeremos y recaeremos como los eternos amantes desprevenidos en los moteles de nuestro olvido. La desmemoria debe vivir escondida en algún espejo de una habitación usada de hotel, en el mismo espejo cansado de repetir una y otra vez la misma escena censurada, dolida, oculta.
No hemos aprendido la lección. Cuando nos preguntamos por que tanto pobre y marginal vive el sueño fundido en la piel del desconsuelo olvidamos que a ellos mismos los excluimos desde siempre. Cuando preguntamos por nuestros derechos y desechamos el deber de proveer la igualdad de oportunidades; cuando reclamamos nuestra garantía constitucional a estar informado, a la libre expresión del pensamiento, a la televisión por cable, los autos importados, los viajes en aviones ultrasónicos, el reloj de ultima generación, el elixir de las highlands de mayoría de edad y nos importa un pito nuestros hermanos debajo de los puentes y así alentamos a aquel que piensa en su peculio y en su propio provecho mintiendo para vender el populismo que levante las esperanzas de los oprimidos. Cuando hablamos de ideas abstractas como la libertad y la igualdad ellos se abstraen y vuelven a sus reductos pues solo han conocido de alguien que los censó, les medio enseñó algunos derechos y les repartió un pedazo ínfimo de una torta que nunca habían probado. Cuando levantamos las brasas del odio y el rencor, del revanchismo y del pase de facturas desconocemos la simpleza de la democracia: hacer que las minorías sean felices y se sientan representadas en iguales condiciones que el resto del país. Gobernar para la mayoría es inmensamente fácil. Por ello un proyecto de país que no involucre a las minorías esta llamado al mas estruendoso de los fracasos. La historia es lenta, se sabe. El imperio romano tomó 500 años para saber el color de la decadencia y su derrota. Pero jamás podremos dormir en paz si se impone un esquema que nos divide y pretende imponer a carajazos una manera de ver el mundo.
Tenemos escasos días para medirnos y saber en que pedazo de país quedamos. Quizás para lamentarnos. Hoy creo firmemente que la lección no la hemos aprendido aun. Ese resabio de autócrata, de “vivalapepismo”, de atorrante y desbocado aun pervive en lo más profundo de todos y cada uno de nosotros. Un día escuché con sorpresa y sobresalto a una amiga encopetada: “el día que no pueda comprar mi aceite de oliva preferido me voy de Venezuela”. Juro que dan ganas de ser optimistas. Lo juro. Pero no. Mis lecturas del pais, se empecinan en decirme que no. No, por ahora. Creo que seguimos siendo una inmensa minoría. Y hoy, aquellos no son más que una escasa mayoría.
Y ese aislamiento nos ha dejado sembrados en el patio de las dudas. Bajo ese estado general de sospecha, como dijo Otaiza, ahora todos vivimos abrazados a nuestras almohadas sin ningún tipo de fe que nos salve o esperanza que nos aliente. Es el país de los aislados. Embebidos en la borracha temporada de los petrodólares bolivarianos navegamos en el elixir de la amnesia, queriendo pensar que el dia feliz esta por llegar, a la vuelta de la esquina y luego todo será diferente. Luego todos seremos felices. Luego, olvidaremos todo; caeremos y recaeremos como los eternos amantes desprevenidos en los moteles de nuestro olvido. La desmemoria debe vivir escondida en algún espejo de una habitación usada de hotel, en el mismo espejo cansado de repetir una y otra vez la misma escena censurada, dolida, oculta.
No hemos aprendido la lección. Cuando nos preguntamos por que tanto pobre y marginal vive el sueño fundido en la piel del desconsuelo olvidamos que a ellos mismos los excluimos desde siempre. Cuando preguntamos por nuestros derechos y desechamos el deber de proveer la igualdad de oportunidades; cuando reclamamos nuestra garantía constitucional a estar informado, a la libre expresión del pensamiento, a la televisión por cable, los autos importados, los viajes en aviones ultrasónicos, el reloj de ultima generación, el elixir de las highlands de mayoría de edad y nos importa un pito nuestros hermanos debajo de los puentes y así alentamos a aquel que piensa en su peculio y en su propio provecho mintiendo para vender el populismo que levante las esperanzas de los oprimidos. Cuando hablamos de ideas abstractas como la libertad y la igualdad ellos se abstraen y vuelven a sus reductos pues solo han conocido de alguien que los censó, les medio enseñó algunos derechos y les repartió un pedazo ínfimo de una torta que nunca habían probado. Cuando levantamos las brasas del odio y el rencor, del revanchismo y del pase de facturas desconocemos la simpleza de la democracia: hacer que las minorías sean felices y se sientan representadas en iguales condiciones que el resto del país. Gobernar para la mayoría es inmensamente fácil. Por ello un proyecto de país que no involucre a las minorías esta llamado al mas estruendoso de los fracasos. La historia es lenta, se sabe. El imperio romano tomó 500 años para saber el color de la decadencia y su derrota. Pero jamás podremos dormir en paz si se impone un esquema que nos divide y pretende imponer a carajazos una manera de ver el mundo.
Tenemos escasos días para medirnos y saber en que pedazo de país quedamos. Quizás para lamentarnos. Hoy creo firmemente que la lección no la hemos aprendido aun. Ese resabio de autócrata, de “vivalapepismo”, de atorrante y desbocado aun pervive en lo más profundo de todos y cada uno de nosotros. Un día escuché con sorpresa y sobresalto a una amiga encopetada: “el día que no pueda comprar mi aceite de oliva preferido me voy de Venezuela”. Juro que dan ganas de ser optimistas. Lo juro. Pero no. Mis lecturas del pais, se empecinan en decirme que no. No, por ahora. Creo que seguimos siendo una inmensa minoría. Y hoy, aquellos no son más que una escasa mayoría.
Publicado Sol de Margarita. 22 de Noviembre de 2.006